Me viene a la
cabeza-vaya usted a saber por qué-un libro de poemas que leí hace mucho tiempo,
cuando el tiempo era para buscar y descubrir. Era un libro extraño de principio
a fin, de esos que costaba trabajo terminar pero había que hacerlo, por aquello
de ser progre y entender las vanguardias. Trilce,
de César Vallejo.
Y viene a cuento por el
título. Trilce es un vocablo inexistente con muchos significados, aunque se da
por cierto que es la fusión de “triste” y “dulce”, producto del estado de ánimo
del autor, en periodo de entreguerras, con muchos problemas laborales y
personales, y recién salido de la cárcel por agitador.
Si hoy, desde Macondo,
hubiera de escribirse un libro de nombre inventado, creo que el título sería Tristignación,
la mezcla perfecta entre tristeza e indignación que nos invade y que se ha
hecho dueña y señora de todas las demás sensaciones.
Creo que es tristignación lo primero que siento cada
día al levantarme; que es tristignación lo que veo en las caras de cuantos me
cruzo por la calle, de los que comparten un café, de los que se dirigen al
trabajo o a la nada, de los educadores y los educandos, de los enfermos y del
personal sanitario, de los que hacen cola en las oficinas de empleo y de
quienes los atienden junto a una ventanilla en la que reza “Empleado despedido.
No a los recortes” (lo vi ayer con mis
propios ojos); de los que rodearon el Congreso y los que trataban de evitarlo.
La tristignación, con todo, no es el peor estado de ánimo. La tristeza
en la mirada permite que, de cuando en cuando, se encuentre en los ojos un brillo furioso, el de la
indignación, que nos cuenta que no todo está perdido. Eso sería resignación, y
no cabe en mi palabra inventada.
El coronel Buendía
perdió su futuro cuando, tras las 32 guerras libradas, se encerró para siempre
a elaborar pececitos dorados, con la tristeza y la indiferencia como única
compañía. Aureliano Triste, uno de sus 17 hijos ilegítimos, consiguió librarse de
su apellido, de su infancia sin padre y hasta del color oscuro de su piel, que
le señalaba como bastardo. Inasequible a la tristeza y al desaliento, concebía
los proyectos más desatinados como posibilidades inmediatas. Y llevó a Macondo
la bombilla y el ferrocarril.
La tristeza perdió la
batalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario