Nunca sé si voy o vengo de Macondo, si estoy aquí o allí, si
nunca me he movido o si todo sucede en el mismo lugar. O si los acontecimientos
se repiten, independientemente del sitio en que te encuentres.
Viene esto a cuento de los numerosos hechos, digamos
irreales, que vemos, leemos y escuchamos a todas horas, aunque nos empeñemos en
aislarnos. Y que pasan de verdad, no en las páginas de un libro o en un lugar
imaginario.
Ya me dirán ustedes cómo se puede digerir, en la España de
la crisis, que un Ecce Homo ¿restaurado? se convierta en portada nacional e
internacional, o que un vídeo erótico organice una guerra entre partidos, o que la guerra de los “tupper” sea la seña
de identidad del comienzo del curso escolar; o que estemos relamiéndonos porque
en 2023 un extraño personaje va a crear miles de puestos de trabajo en un
Casino gigante; o que Belén Esteban esté
en tratamiento psiquiátrico, o que se haya
convocado, para dentro de un par de días una manifestación de la Falange. Sí,
de la Falange, han leído bien.
No me digan que no es de sainete, de fábula sin moraleja, lo
de que los fontaneros o los empresarios se dediquen a la política como “segunda
actividad”, o que el profesor de Latín imparta clases de dibujo; o que las
clases se impartan en un parque público, como protesta por la supresión de la
escuela. O que el presidente de este Macondo real esté esperando a las
elecciones gallegas y vascas para anunciar el secuestro. Perdón, quería decir
el rescate. O que se enzarcen media docena de ministros y docena y media de
cargos de partido a cuenta de si un preso se va a morir pronto o finge la
enfermedad terminal. O que el problema
en una contratación, digamos familiar, no sea de los familiares, sino de
todo bicho viviente alrededor.
Dándose una vueltecita por este mundo “real”, mi admirado
García Márquez hubiera tenido material suficiente para escribir quinientos años
de soledad. Y sin esforzarse, sin exprimir la imaginación.
Es cierto que en el Macondo de verdad nacieron niños con una cola de cerdo, el agua hervía sin
fuego y algunos objetos domésticos se movían solos; que hubo una peste de
insomnio y otra de olvido y que los huesos humanos cloqueaban como una gallina;
que un niño que lloró en el vientre de su madre, que el cura levitaba al tomar
una taza de chocolate y otras ascendían a los cielos mientras doblaban las
sábanas y que una abuela desalmada conseguía que su nieta se acostara cada día
con 70 hombres para pagar la deuda por incendiar su casa. Y que un huracán
arrancó el pueblo de cuajo, llevándoselo del suelo y de la realidad.
Todo irreal. Como lo que nos está pasando. Y me dejo la
entrevista para otro día.
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