Vuelvo al desierto, a la inmensidad de la arena quieta, tras mucho tiempo enredada en la exhuberante vegetación tropical de Macondo, que te envuelve y limita la visión a unos pocos metros entre árbol y árbol. En el desierto, entre las dunas, el espacio es infinito y el tiempo se calcula mejor. Se ve todo. A la espalda, el pasado; en la arena sobre la que te sientas, el presente y en el horizonte, el futuro.
Y todos ellos, los tres, mezclados en una extraña comunión que más que nadie podemos apreciar los que tenemos una cierta (incierta) edad. Nosotros, que habíamos dejado atrás tantas cosas, las palpamos ahora con toda nitidez en el presente, y las perseguimos cuando, burlonas y desafiantes, se alejan por la línea roja oscura (tirando a negra), del horizonte.
Ahí está el bocadillo para pasar el día en la escuela; y el largo trayecto en autobús, y el brasero de picón, porque la luz es muy cara, y el ventilador, sólo para días extremos.
Están también la abuela poniendo una pieza a la sábana y recitando el consejo de aprender a leer y echar cuentas, para que no seamos como ella. Y el abuelo, plagado de dolores de una larga vida de trabajo, y contando los dineros que cuesta el gelocatil y la aspirina que ya no entran en el seguro.
Y el niño con ese dolor de tripa que no cura el agua de carabaña ni el chupete mojado en anís. Y la niña delgaducha a la que no reponen ni los ponches de huevo ni la quina Santa Catalina.
Y el padre que complementa el sueldo con la pensión del suegro, y la madre que cobra en B, porque no puede pagarse el seguro. El hijo mayor está en Alemania. Hizo una carrera cuando había becas, y sobrevive con un minijob de 450 euros. El segundo andaba limpiando montes hasta que llegó la tijera. Y hoy, en casa, reflexiona en voz alta sobre los pavorosos incendios, evitables en parte si se hubieran seguido desbrozando los bosques.
Es el paisaje después de la batalla. El que algunos han vivido plenamente hace medio siglo, y a otros nos ha tocado de refilón.
El que todos estamos abocados a vivir en los próximos años. Es la imagen que me devuelve la arena, y que ha venido para quedarse.
martes, 3 de julio de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario