Cada día me resulta más inquietante la
proliferación de discursos paternalistas, comprensivos, caritativos…
Estamos entrando en el peligroso terreno de sustituir la justicia social por
las limosnas. Ya saben eso de que la
caridad es vertical, siempre se hace de arriba abajo, mientras que la
solidaridad es horizontal, es entre iguales.
Puede hacernos sentir muy bien regalar
la ropa que sobra en los armarios, la que ha pasado de moda o nos recuerda
tiempos en que los años y las penas no se acumulaban en la cintura; o regalar
el kilo de garbanzos, o la botella de aceite. Todo eso está muy bien, y es
indudable que ayudan a paliar situaciones muy graves. Y por supuesto ayuda a
mantener esta falsa paz social, a que no se rebelen los hambrientos y los
excluidos, a que los desesperados aguanten unos días más su desesperación.
Aplaudo, como todos, a Cáritas, a Cruz
Roja, a las asociaciones de todo tipo que, con más o menos publicidad sobre sus
bondades, están ahí día a día, a los voluntarios que dejan su
tiempo y su energía en una labor tan
ingrata. Nada que objetas. O sí, pero no viene a cuento.
He empezado hablando de caridad, una
virtud cristiana que el diccionario define además como “Limosna que se da, o auxilio que se presta a
los necesitados”.
Y esto es lo que me rebela. Limosna. Cada vez
que sale un gobernante pidiendo sacrificios, o diciendo eso de “vamos a hacer lo posible para que nuestros niños más necesitados puedan comer”,
se me revuelven las tripas, especialmente teniendo en cuenta que son ellos los
quen han quitado las becas de comedor. O cuando hablan de que harán lo posible
para que el dinero que adelantan los pensionistas por medicamentos se devuelva
antes de seis meses. Qué caritativos, y qué poco solidarios. Qué desesperante
es ver cómo desde arriba se reparten limosnas, y no poder tirárselas a la cara,
porque son necesarias para comer.
Me intriga saber de qué pasta hay que
estar hecho para aparecer pidiendo sacrificios y, acto seguido, decir que se
intentará que los niños puedan comer. Y
todo eso, desde el cómodo sillón-despacho-coche y con cara de pena. De
comprender lo que para ellos es incomprensible. Nadie quiere caridad, quieren
justicia.
Y para no ser infiel al autor que me
llevó a Macondo, una frase de García Márquez que grabé en mi corazón hace
muchísimos años: “Un hombre sólo tiene
derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”.
Breve y con claridad meridiana. Me quedo con la frase de Gabriel García Marquez que no conocía
ResponderEliminarGracias. Es una frase preciosa, y que procuro aplicar en mi vida diaria.
ResponderEliminarMás claro, imposible!
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