No
es una disciplina que venga en el catálogo de estudios universitarios; ni en
uno de esos carísimos másters de los centros privados o de fundaciones tipo
FAES que gustan de dar clases de lo más insospechado. Ni tan siquiera está en
uno de los socorridos módulos a los que acuden quienes, por falta de ganas o de
medios, intentan estudiar algo para salir del paso.
La
Pactología no se estudia, ni siquiera existe, con lo bien que vendría ahora un
cursillo, aunque fuera acelerado, viendo lo que se nos avecina, y ante la
posibilidad de que nos encontremos ayuntamientos y comunidades paralizados,
bloqueados y ocupados en asuntos que no son los fundamentales, los importantes
y los urgentes. Que no está la cosa para muchas demoras.
Se
ha empezado a conjugar el verbo pactar cuando ya figuraba entre las palabras
moribundas en el diccionario, las que, por desuso, están a punto de ser
retiradas y nadie recuerda bien su significado primigenio. Cuando a nadie se le
ha ocurrido incluir la “Pactología” entre los estudios fundamentales para
quienes quieran dedicarse al noble oficio de servir al ciudadano. Esto no es
guasa. Lo de noble, digo.
Podría
montarse un plan de estudios en un pis pas, que tampoco hay que ser un genio
para decidir qué asignaturas tendrían que incluirse en el programa. La primera,
servicio público, definición, objetivos, finalidad…La segunda, altura de miras.
Fácil, en un par de párrafos puede explicarse que es no mirarse al ombligo ni
mirar a los sillones o a los ceros del cheque. Y habría que incluir varios
capítulos de solidaridad, de empatía, de “piel”, que diría Floriano (a quien le
recomiendo que se saque el título), de geografía humana, para conocer no sólo
las ciudades y los pueblos que van a gobernar, sino especialmente a las
personas, para compartir con ellas alegrías y tristezas. Comprensión, talante, generosidad,
facilidad para el diálogo y cintura política también serían materias a computar.
Pero
nadie podría aprobar Pactología si no pone en primer lugar a las personas. Por
encima de todo, de intereses de partido, de número de votos, de estrategias
para las próximas elecciones, de reparto de cargos, de cálculos de posibles
sillones, están las necesidades humanas. Que no son invisibles, porque se ven
con los ojos del corazón, como decía el zorro al Principito, aunque el corazón
no sea un órgano común en las mesas de negociaciones. Se pacta con la cabeza y
se olvidan de que nosotros, los de a pie, queremos corazones que latan al tiempo
de los nuestros.
Si los pactos,
además de los partidos, los hacen las personas, y esas personas se han mirado
el programa de esta utópica carrera de Pactología, cuánto cambiaría la cosa.
P.D: Lo de las “Letras”,
que figura entre paréntesis, es un anexo para subir nota. Y no estaría mal que
la maltratada Cultura también estuviera entre los temas a pactar.
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