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miércoles, 20 de mayo de 2015

Desde Macondo. GEOGRAFIA IMAGINARIA

Han llegado los invasores a Macondo. Y eso no es todo lo malo. Lo peor es que han llegado hasta aquí pasando por el bosque de Caperucita, por el idílico lago del Patito Feo, por el camino amarillo que lleva al país de Oz, por el Lilliput de Gulliver, el país de Nunca Jamás, el reino de Narnia y el brumoso Avalon. Y hasta por el país Multicolor de la Abeja Maya y el de las Maravillas de Alicia. Han pasado por Comala y la Arcadia, por Itaca y el Olimpo, por la isla de Robinsón y la del Tesoro, por Eldorado y la isla Utopía de Tomás Moro, por la Vetusta de La Regenta, la Ínsula Barataria de Sancho y por el minúsculo asteroide B-612 en el que sólo caben El Principito y su flor.
         Han borrado de un plumazo todos los países imaginarios de mi infancia y de mi juventud, los lugares a los que dirigirse a cualquier edad para evocar los buenos ratos que hemos pasado en ellos. Porque han creado su propio país de ficción. Mucho mejor que todos los anteriores. Dónde va a parar.
        Lo ha dicho el “conquistador” del nuevo Reino. El presidente. Ha colocado el país en el mapa y como un reyezuelo déspota, de república bananera, pretende hacernos entrar a empujones, aún cuando sabemos que no hay sitio para nosotros, que sólo existe para él y unos cuantos de los suyos, que nosotros no cabemos.
         En su país imaginario no se habla de crisis ni de paro. No hay hambre, ni desempleados, ni enfermos que esperan eternamente, ni discapacitados que mueren esperando una ayuda, ni estudiantes que no pueden pagar la matrícula, ni desahuciados, ni corruptos ni autónomos desesperados, ni sueldos de miseria, ni luces y radiadores apagados. Ni siquiera han rescatado a los Bancos.
         No tenemos la llave del castillo en el que se han parapetado, y no podemos comprobar cómo se ve la realidad desde sus ventanas. Tampoco sabemos si miran. O desde qué altura, para verlo todo tan distorsionado.
         Esa España imaginaria nos ha dejado fuera. Han invadido la razón y la evidencia y nos han dejado esa sensación amarga de no pisar el mismo suelo, de no leer el mismo libro, de estar obligados a escuchar cuentos donde, colorín colorado,  al final, las perdices sólo las comen unos cuantos.
         Y al resto nos dan con el plato en las narices.
 

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