De haber tenido una persona mayor al lado, posiblemente el
“jovencito” político no hubiera dicho tal estupidez. O sí, porque bien cierto
es que algunas juventudes no siempre se curan con la edad. Algunas no se curan
nunca y otras, afortunadamente, siempre han estado sanas.
Va más allá de las típicas ocurrencias y gracietas de los
líderes en campaña el asegurar que la regeneración de la vida pública sólo
puede venir de la mano de los nacidos después de 1978. Como si nadie nacido
antes de la aprobación de la sacrosanta Constitución pudiera tener la
oportunidad de poner sus valores, su honestidad, su experiencia, su bagaje
humano, al servicio de los demás.
Soy de las que aplaudo que los jóvenes se interesen por la vida
pública, que se impliquen en la marcha de su país, que nos muestren otros
puntos de vista, a más largo plazo, tal vez, de por dónde deberíamos ir. Pero
se le olvida al político bisoño (rondando los 40 por cierto), que cuando los de
su generación pasaban de todo, tenían todo, estudiaban sin esfuerzo en las
mejores universidades y repartían su tiempo entre videoconsolas y botellón,
otros trabajaban duro para sacar al país de muchas décadas de atraso.
Se le olvida también que mucha de la gente honesta que hoy peina
canas no ha tenido ni la enésima parte de oportunidades que los jóvenes que
ahora dan lecciones, y aún así han salido adelanten y han hecho posible que sus
hijos puedan estar ahora en primera línea. Diciendo tonterías, como en el caso
que nos ocupa.
Y se le olvida que en el país que pretende gobernar, con el
salvoconducto de su juventud, la crisis ha golpeado muy duramente a los mayores
de 45 años. Más duramente que a los jóvenes, que siguen teniendo el paraguas de
los padres para mantenerse a cubierto del chaparrón. Que se cuentan por
millones los que están en esa tierra de nadie en la que no cuentan con padres
que les mantengan ni hijos trabajando que puedan echarles una mano.
No es de fiar quien pretende gobernar con las supuestas virtudes
de la juventud y dando por hecho que con los años, además de arrugas y
dolencias, se acumulan vicios indefectiblemente. Quizás le vendría bien al
osado jovenzuelo echar un vistazo a la Historia. A la de cualquier época, desde
la Prehistoria hasta nuestros días. Encontraría cientos de culturas,
prácticamente todas las que han existido, en las que las personas mayores son
las más protegidas, respetadas y consultadas. La voz de la experiencia siempre
ha sido un grado en cualquier gobierno, desde los consejos de ancianos a la Gerosia
espartana, en la que no podría entrar ningún menor de 60
años.
Claro que queremos regeneración, pero la que
venga de la mano de todos, sin distinción por sexo o edad o por cualquier otra
razón. Y no admito que me dé clases de honestidad un “joven” de treinta y
tantos que no ha tenido ni la oportunidad ni la necesidad de ser deshonesto.
Ah, y yo no voté la Constitución. Era demasiado
joven.
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