Cualquier día me hago uno de esos “selfis” de moda para inmortalizarme mientras veo el anuncio de Hacienda, el de la Campaña de la Renta, que está en estos días en su máximo esplendor. Noto el cambio físico cada vez que sale en la tele, me sube un sudor impropio, se me arruga la nariz como si oliera mal, se juntan mis cejas y mi mandíbula se tensa y se adelanta amenazadoramente. Hasta noto como se me afilan los rasgos y se crispan los dedos hasta casi convertirse en garras. Y la saliva se agolpa en la garganta, pugnando por salir, en dura lucha con el/los improperios que derrama el cerebro y se quedan atascados en la rabia y la impotencia antes de difundirse por el éter de mi cuarto de estar.
Mientras yo me transformo en la niña del exorcista, suena la voz en off amable, encantadora, sin asomo evidente de burla: “Si no fuera por Juan, Ana no podría llevar a su hija al colegio; si no fuera por Ana, fulanito no podría llevar a su hijo al hospital; si no fuera por fulanito, menganito no podría cobrar su pensión a tiempo…” Y así unos cuantos más, para contarnos que si no pagamos, no podremos disfrutar de parques, hospitales, educación, pensiones, carreteras…
Qué bonito. Para verlo en Suecia, pongo por caso, que aquí seguro que cada cual sacamos el publicista que llevamos dentro (y si no, lo inventamos), para sustituir a los juanes, cristinas, antonios, fulanitos y menganitos por Bárcenas, gurtelianos y púnicos varios, los Rato, los Blesa, los Fabra, los Pujol, los Bankia y hasta los Pantoja, pasando por varias docenas de diputados, consejeros, banqueros, empresarios de postín y alguna testa coronada.
Si no fuera por ellos… Igual hasta tardaban menos meses en hacerme la resonancia magnética, y hasta me habrían ampliado el tiempo de rehabilitación; igual, no habrían cerrado hospitales y despedido a miles de profesionales; igual, hasta quedaban menos niños sin comer, porque habría más becas, y la pobreza no llegaría a uno de cada tres españoles, e igual tampoco habría uno de cada dos parados sin cobrar absolutamente nada. Y en las calles habría menos mendigos de esos que tanto molestan a la Aguirre, y alguna familia comería pollo al menos una vez a la semana. Y Cáritas y Cruz Roja pasarían menos sudores, y… Igual.
Mientras todo esto va cambiando mi fisonomía, sigue la voz melosa y paternalista: “Contribuimos para recibir”. Y pienso entonces que no podré hacerme el selfie hasta que no compre uno de esos palos plegables que permiten hacerlo a distancia. Si me veo de cerca me da un infarto, que seguro que tengo los ojos fuera de las órbitas, echo espuma por la boca y me he llenado de verrugas como las brujas de los cuentos.
Si no fuera porque los delitos de los pobres no prescriben como los de los ricos, y nos enfrentamos a una multa que sea ya la puntilla, y porque no podría dormir si pensara que por mi culpa alguien se vería privado de escuela u hospital, diría aquí lo que me pide el cuerpo.
Y me haría un selfie para ilustrarlo
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