Curada
de espanto me creía, y mire usted por dónde se me vuelven a saltar las lágrimas
al recordar-me la sé de corrido-una de esas lecturas ñoñas de la escuela
franquista que nos dejaban claro cuál era el lugar de cada uno, nuestro lugar.
Como los Santos Inocentes, pero en verso y con señoritos buenos en lugar de
malos.
No
se me ha ido la pinza, aunque la he cogido al vuelo. Pero escuchando al
vicepresidente del Círculo de Empresarios, de pomposo apellido Vega de Seoane,
hablar de los “pobrecillos parados que estarían encantados con otra reforma
laboral” que les permitiera comer si acaso un trozo de pan duro, se han
apoderado de mi como un alien los versos de Gabriel y Galán, “Mi Vaquerillo”, que me quebraban la voz
de chica, y me la quiebran de grande, por razones bien distintas.
“He dormido esta noche en el monte/con el
niño que cuida mis vacas/en el valle tendió para ambos/ el rapaz su raquítica
manta/. Y se quiso quitar, ¡pobrecillo!, su blusilla y hacerme almohada…” Y
a partir de ahí, el señor reflexiona sobre la dura vida del pastorcillo, sobre
las noches frías, la soledad, los peligros del lobo y las tarántulas, “¡Vaquerito mío! ¡Cuán amargo era el pan que
te daba!” “He pasado con él esta noche,/y en las horas de más honda calma/me
habló la conciencia/muy duras palabras...”.
Qué
tiempos. Quien me iba a decir a mí que, peinando canas ya, iba a echar de menos
a los jefes de otra época, que de cuando en cuando apadrinaban a los hijos de
sus peones, o les pagaban los estudios, si veían que eran espabilados. Incluso
les daban los trajes que ya no usaban, que les hacían un regalito por la
Comunión y día libre los domingos, siempre que fueran a Misa y que se lo
agradecieran eternamente.
Los
pobrecillos parados estarían encantados de tener un trabajo, a tiempo parcial y
mal pagado, por supuesto, que les permitiera tener unos euros en el bolsillo
para pagar la luz y el agua. Y para comer, si acaso. Sin exigencias, claro, y
con otra reforma de por medio para hacer los contratos “más flexibles”, que en
la lengua de estos próceres del empresariado español es trabajar más por menos
y sin derecho a despido. Si puede ser, como autónomo falso, corriendo de tu
cuenta seguros y permisos.
¡Pobrecillos!
Su desgracia ha conmovido los duros corazones de los hombres de negocios, que
están dispuestos a echarles una mano. Como el señorito de Gabriel y Galán, “Tú te quedas luego/guardando las vacas,/y a
la noche te vas y las dejas.../¡San Antonio bendito las guarda!.../Y a tu madre
a la noche le dices/que vaya a mi casa,/porque ya eres grande/y te quiero
aumentar la soldada”.
Y
es que los tiempos adelantan que es una barbaridad.
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