Que me perdone la comparación
Doña Concha Piquer, que se dejaba el alma al interpretarla; o Marifé de Triana,
que también la cantó divinamente, pero escuchando a Rajoy hablar de las
“personas normales” me vino a esta cabecita loca de inmediato la letra del
formidable dramón de Quintero, León y Quiroga: “Yo soy la otra, la otra/y a nada tengo derecho,/por que no llevo un
anillo, con una fecha por dentro./No tengo ley que me abone,/ni puerta donde
llamar,/y me alimento a escondidas/con tus besos y tu pan”.
Pues nada, que soy de “los
otros”, y encantada de pertenecer al grupo de seres humanos raritos, de los que están en contra de la ley
mordaza, a favor de la escuela pública, gratuita, y laica, de la sanidad
pública y de calidad, en contra de que se desahucie a las personas; de la
pobreza, y del hambre, del 21% del IVA cultural; a favor de la solidaridad y en
contra de los abusos de empresas y mercados, del neoliberalismo salvaje y de la
desigualdad creciente. Encantada de no ser normal. De ser “la otra”.
E indignada porque alguien se
permita echarme la bronca por querer otra cosa, por intentar salirme de la
linde, porque pongan en cuestión mi amor por el país y mis aspiraciones de
querer cambiar el negro panorama. De que califiquen de “experimentos” todo lo
que no sea apostar por lo mismo sin rechistar. Claro que hacen falta
experimentos. Los seres humanos, incluidos los raros, necesitan buscar
horizontes cuando se topan con una realidad que los excluye, cuando los
“normales” los dejan a un lado y se ocupan de su propia normalidad, que debe
ser muy cómoda cuando se aferran a ella con uñas y dientes.
Nadie tiene derecho, por muy
presidente que sea, a relegarlos al pelotón de los torpes, de los que hay que
llevar del ramal para que no se desvíen del camino. Ahora resulta que todo lo
que no sea ellos es un castigo divino, que lo dijo la número 2, “Cuando los
dioses quieren castigar a un pueblo les envían reyes jóvenes”. Qué lección de
democracia. Hay que votar normales, maduros, que prediquen determinada doctrina,
que hagan las cosas como Dios manda…
O sufriremos castigo divino por
los siglos de los siglos. Retrocederemos, no podrán pagarse las pensiones, los
sufrimientos habrán sido en vano (bastante en vano lo están siendo), el futuro
estará más negro que los pies de Cristo, nos invadirán las hordas rojas, o
naranjas o moradas o magentas (bueno, éstas lo tienen más crudo), y la
“normalidad” pasará a ser una mera referencia en el diccionario, “lo que por su
naturaleza se ajusta a unas normas fijadas de antemano”.
Sigue sonando la copla, “Con
tal que vivas tranquilo, que importa que yo me muera,/te quiero siendo la
otra,/como la que más te quiera”. Y a mí me siguen gustando los versos
sueltos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario