Por
razones familiares, conozco el lenguaje de signos. No todo lo bien que debería
y me gustaría. Siempre me ha fascinado ver la velocidad a la que se mueven las
manos cuando dos personas privadas del habla y del oído se comunican.
Las
manos, como palomas blancas, suben y bajan, se abren y se cierran, trazan
círculos en el aire, se posan en el pecho, en la cabeza, en los ojos, en los
labios…Dicen alegría, tristeza, miedo o cariño. Preguntan por tu salud y
cuentan cómo les ha ido en casa, en el trabajo, en el viaje. Se mueven y no hay
silencio aunque no se oiga nada.
Viene
esto a cuento de la macro reunión del Partido Popular hace un par de días.
Seiscientos bocas cerradas. Seiscientos pares de manos que sólo se usaron para aplaudir.
Y silencio. Mientras seguía la intervención vía plasma observaba las manos de
los presentes. Sobre el regazo, brazos cruzados en algún caso, dedos
entrelazados, en los bolsillos o hurgando en los bolsos.
Y
se me ocurría que, sin romper la consigna de silencio absoluto podrían llevarse
el índice al mentón para preguntar; podrían decir, con los puños cerrados hacia
arriba, que no todo es economía, o podrían ponerse dos dedos en el cuello para
hablar del agobio de los ciudadanos; o trazar un círculo entrelazados para
hablar de solidaridad, o formar una “o” con los pulgares y los índices subiendo
y bajando para pedir justicia; o referirse a la desigualdad con las palmas
abiertas hacia abajo, simulando una balanza.
Los
seiscientos pares de manos quietas tendrían que preguntar por el hambre,
frotando el estómago, por el desempleo, cruzando los brazos sobre los hombros
con los pulgares hacia arriba; por la pobreza, pasando una mano por el brazo
contrario; por la situación de los jóvenes, girando los dedos cerrados, o de
los niños, agitando el pulgar. Y acariciarse el pecho para traer de vuelta el
bienestar.
Ni
un signo. Sólo aplausos y para oyentes, que en el lenguaje de señas se giran
las manos abiertas para aplaudir. Como estatuas, codo flexionado y puño cerrado
y calladitos, dedo índice sobre los labios. Mil doscientas manos como alas
rotas, sin comunicar y sin comunicarnos.
Triste
imagen de unidad, de mensaje único sin mención alguna a los que no pueden
compartir su alegría-manos abiertas arriba y abajo-porque ni atisban la
recuperación que venden, el falso-pulgar hacia la izquierda-mensaje del fin de
la crisis (“S” trazada en el aire).
Cien
años de soledad y seis generaciones de Buendías fueron precisos para descifrar
los papeles de Melquiades, escritos en sánscrito. Nosotros andamos todavía intentando
comprender el lenguaje de las manos quietas.
Ninguna va hacia la mejilla para
expresar vergüenza, ni junta los dos índices para hablar de igualdad, ni se
separa del cuerpo para decir futuro.
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