Las hormigas rojas, que
habían proliferado en la casa durante los años del diluvio en Macondo acabaron
devorando al último de los Buendía y poniendo fin a los cien años de soledad de
la familia. Otros bichos, los grillos, amenazan con acabar con un sistema
corrupto, injusto, antisocial y agotado por el mal uso y el abuso.
Y no hablo de las
conciencias, de los pepitos grillo particulares de cada uno, que están
paralizados por el hastío, el miedo, la desesperanza y la angustia. Hablo de
los salvapatrias, esos clavos ardiendo a los que se recurre cuando tienes ambos
pies en el abismo y no hay nada más a lo que agarrarse para evitar estrellarse
contra la realidad.
Lo que ha pasado en
Italia es un símbolo hasta en el nombre. Un grillo, con mayúsculas, ha
arrastrado a las urnas a un número impensable de votantes. Impensable por
lógica en un mundo en lo que nada de cuanto sucede es lógico. Alguien que hace
unos cuantos años hubiera sido tratado como un chiquilicuatre cualquiera,
populista, con propuestas rozando el absurdo, ha tocado su música como el
flautista de Hamelín, y una marea humana, hechizada por la melodía, le ha
seguido hasta sentarlo en el Parlamento, y en sitio de honor.
A eso nos han llevado
los llamados partidos tradicionales con su lucha por el poder, sus endogamias,
sus corrupciones y, sobre todo, su escaso o nulo interés por mirar más allá del
propio ombligo, que es el centro de su universo.
Vale que no todos son
iguales. Que no se puede enchufar el ventilador y esparcir la basura por todas
partes. Pero son parecidos en lo fundamental, en no saber acercarse a los
ciudadanos, cuando no en ignorarlos en función de nosequé deberes marcados por
nosequien.
Y que engañan hablando
de regeneración de la democracia y de leyes por la trasparencia, cuando todo es
oscuro a su alrededor, en nuestro lado. Cuando cada decreto es más injusto que
el anterior y empeora sustancialmente nuestras condiciones de vida, cuando
viven en un presente luminoso y aseguran su mañana, mientras los nuestros-presente
y futuro-son más negros que los pies de Cristo.
Los grillos que tienen
que surgir no deben ser bufones populistas, ni movimientos tan preocupantes
como el Nuevo Amanecer de Grecia. Son las conciencias las que deben ponerse a
funcionar, las nuestras y las suyas.
De lo contrario, como
el último Buendía, el futuro es acabar devorado por las hormigas.
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