El coronel Buendía
abandonó el círculo de tiza que le mantenía alejado del pueblo llano cuando
comprendió que sólo luchaban por el poder, que no había liberales ni
conservadores y que solo luchaban por el poder. Entonces, después de 32
guerras, firmó la rendición y se sentó a ver pasar su entierro.
Y así estamos, sentados
esperando que pase nuestro entierro, mientras asistimos estupefactos a una
guerra que no es la nuestra, que es la de unos cuantos que discuten por sus
cosas mientras los muertos siguen pasando por nuestra puerta en un cortejo
interminable e inadmisible.
Ya me he perdido con lo
de los espías. Y mira que he intentado seguirlo pero, a estas alturas, ya no sé
quién vigila a quien y porqué. Ni qué coño me importa eso a mí, que nunca
pisaré ese restaurante de lujo con centros de flores y manteles almidonados
para esconder los cables. No sé qué interés tiene para el común de los mortales
que una ex novia cabreada cuente a una política contraria sus idas y venidas
con bolsas de dinero; ni que una agencia, que más parece la T.I.A de Mortadelo
y Filemón, acumule cientos de informes comprometidos sobre dos docenas de
políticos y algún empresario de postín.
Sin olvidarme, por
supuesto de los correos por entregas del socio de Urdangarín. En cómodos plazos
nos vamos enterando de la vena chistosa (y friki) del yerno, de reuniones a
“altísimo” nivel, de presuntas relaciones con rubias poderosas… ¿Pero esto qué
es? Supongo que el juez tendrá medios para pedir de una vez por todas todos los
correos. En una sola dosis, que ya aburre lo de esperar novedades cada semana.
Seguro que Mortadelo,
con uno de sus disfraces imposibles, ya lo hubiera solucionado todo. Y
nosotros, aquí dándole vueltas.
Claro, que mientras
jugamos a los espías y pensamos si disfrazarnos de caracol, de torero o de
merluza del Cantábrico, no hablamos del paro, del drama de los desahucios, del
emprobrecimiento de la población, de la deuda, mucho más alta que hace un año,
del sacrosanto objetivo de déficit, que tampoco hemos cumplido, y de la
terrorífica frase del presidente, esa de no he cumplido con mis promesas, pero
sí con mi deber, que representa con meridiana claridad la antítesis de la
democracia.
Prefieren que sigamos
leyendo tebeos, riéndonos con las ocurrencias absurdas de los agentes de la
TIA, y que sigamos sentados, esperando ver pasar nuestro entierro. Como el
coronel Buendía.
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