De los encierros
prolongados, y bien administrados, pueden salir cosas buenas. Aureliano
Babilonia, el último, descifró los pergaminos de Melquiades, los que contaban
la historia de Cien Años de Soledad, después de encerrarse en un cuarto durante
toda su vida; otros Buendía, antes que él, se habían negado a salir de sus
habitaciones por diversos motivos, y todos provechosos.
Ahora, que la renuncia
del Papa vuelve a traer el cónclave, a la actualidad, se me ocurren otros
“encierros” posibles que, a buen seguro, podrían arreglar algo en este
desastroso mundo en que nos ha tocado vivir.
Leí hace tiempo, en uno de esos libros de curiosidades de la Historia,
el porqué de la reunión a puerta cerrada de los cardenales para elegir al
sucesor en el trono de San Pedro. No hay que olvidar que cónclave viene del latín
cum clavis, con llave.
Fue a mediados del
siglo XIII, cuando, tras la muerte del papa Clemente IV, y después de casi tres
años sin que se llegara a ningún acuerdo, los ciudadanos decidieron encerrar a
los cardenales electores en el palacio episcopal sin suministrarles alimento
alguno, excepto pan y agua. En pocos días salió elegido el nuevo pontífice,
creo que Gregorio X.
Los padres de la
Iglesia, hoy por hoy, se encierran solos. Pero extrapolando, y fantaseando, que
es gratis, se me ocurre que si hiciéramos lo mismo con los padres de la Patria,
los que dirigen nuestros tristes destinos, igual hacíamos historia. Dejarlos a
pan y agua podría traducirse en nuestros días como encerrarlos sin IPOD, IPAD,
tablets, portátiles, vuelos en primera clase, coches oficiales, dietas,
asesores por docenas y sueldos de escándalo. En A y en B.
Digamos que los
mantendríamos con un menú tipo, de los que todos conocemos, y un salario medio,
que una es generosa y no los va a dejar con los 400 euros de la renta de
inserción o los seiscientos y pico del sueldo mínimo que ellos han fijado para
todos nosotros.
Y eso sí, bajo llave.
Todos los días que sean precisos hasta que se harten del “y tú más” y del “anda que tu”
y se pongan de acuerdo en que así no se arregla nada. Que no los hemos elegido
para que se dediquen a sus cosas, a sus batallitas, mientras todo se desmorona
alrededor.
Eso sería un cónclave
como Dios manda. El otro, el de los cardenales, está entretenido, pero no nos
va a dar de comer.
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