En plena semana de vuelta al cole, con miles de
familias haciendo cuentas para llegar al uniforme, el material, escolar, los
libros o el chándal, nos enteramos de que el número de superricos se eleva un 150% desde que arrancó la crisis. España tiene 579 personas que declaran un patrimonio de más de 30
millones de euros (y eso, sin contar a los que no declaran, o tienen su
dinerito a buen recaudo en uno de los muchos paraísos fiscales). Y además, son
datos oficiales, sólo 200 de 600 de las grandes fortunas españolas pagan el impuesto de
patrimonio. Que ya sabéis que Hacienda somos todos…
La noticia la aderezan con el fantasma de una nueva crisis,
con datos estremecedores de lo que han subido los salarios en relación con los
precios y los beneficios empresariales, y esas cosas que nos cuentan de cuando
en cuando y que, desgraciadamente, no son nuevas porque es de cajón que para
que unos tengan más, otros, indefectiblemente, debemos tener menos. Y aquí
entra lo de trabajadores pobres, precariado, trabajos basura, becarios eternos
o contratos por horas o por ratos.
Digo que no es nuevo porque ya Platón, hace casi
2.500 años definió la pleonexia, algo así como el apetito
insaciable de cosas de carácter material. Dinero, mansiones, coches, yates…
Vamos, que pleonéxico, o como se diga, es aquel que nunca tiene bastante y se agarra a cualquier cosa
para seguir aumentando sus bienes. Crisis, miedos, reformas laborales y demás,
les vienen muy bien.
El caso es que esta “enfermedad”, diagnosticada hace dos
siglos y medio, y sin llegar a ser epidemia, ha florecido con la crisis. Nos
hemos puesto todos como locos a cuidar a los “enfermos”, tragando con sueldos
de miseria, porque el paro es peor, convirtiéndonos en falsos autónomos, para
que ellos no tengan que pagar seguridad social ni financiar nuestras bajas o
vacaciones, multiplicando las horas extras sin pagar y compartiendo piso, que
no nos llega para el alquiler.
Ya veis. En tiempos de Platón, el pleonéxico era un
enfermo, sin altura moral, obsesionado con tener más que nadie y siempre
insatisfecho, porque todo le parecía poco. Ahora, los llamamos gigantes
empresariales, hombres de éxito, superricos. Los envidiamos porque no tienen
que hacer cuentas para llegar a fin de mes, porque no les supone un problema la
vuelta al cole, ni un drama tener que cambiar la lavadora.
He leído por alguna parte que, durante la crisis, los
gestores de las grandes firmas de capital de riesgo y de fondos especulativos
ganaron cada diez minutos, el equivalente a la paga media anual de un
trabajador. Y así seguimos, allí y aquí. Con nuestros millonarios de andar por
casa.
Deberíamos llamarlo engaño, robo o codicia. Eso es la
pleonexia en nuestro siglo.
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