Hoy por hoy, vivir sin plástico se me antoja tan difícil como vivir sin aire, que cantaba Maná. Y al igual que en la canción el ave no puede volar sin alas, ni el pez nadar sin agua o la flor crecer sin tierra, y de las mil y una evidencias de que el plástico está en lo que comemos, bebemos y en el aire que respiramos, no veo cómo acabar con el monstruo que hemos creado, y que nos engulle.
Estamos en la “Semana Sin Plástico”. Una más, y bienvenidas sean todas las que se organicen, desde las más humildes, a nivel colegios o comunidad de vecinos, hasta las más pomposas iniciativas internacionales, que de vez en cuando, todos escuchamos los gritos de angustia de los mares y las montañas. De los suelos y los cielos.
Y, por supuesto, oímos, sin poner la atención que debiéramos, eso de que estamos respirando plástico, y si respiramos esas nano o macropartículas, tenemos todas las papeletas para que entren en los pulmones, en el torrente sanguíneo, en la leche materna, o se alojen directamente en nuestras tripas. Con todo lo que eso lleve aparejado, que miedo me da pensarlo.
Ya sé que hay mucha gente que lleva muchos años desgañitándose para que el mensaje llegara a todas partes. Para que de una punta a otra del planeta azul se vieran los fondos marinos como un inmenso vertedero. Y hasta los más recónditos rincones de las cordilleras más escarpadas. Y que somos tan tarugos que hasta nos ha molestado que nos cobren las bolsas en los supermercados o tengamos que coger la fruta de un cajón o el pan de una cesta. De los huevos, ni hablo. Qué tiempos cuando iba con la hueverita…
Se me escapa el problema. Se me antoja una ridiculez lo de las semanas o los días sin plástico, que no son más que una gota de agua en el océano o una ráfaga de aire. Aunque todas las gotas cuenten y todos los soplos sirvan para respirar un instante más.
Pero todo en nuestra vida es plástico. Desde que me desperté el lunes, con el propósito de emplearme a fondo en la “Semana Sin”, y tuve que acudir, como cada día, a la ampolla (de plástico), para poder abrir el ojo, por culpa de uno de mis múltiples achaques, hasta el momento de envolver el tentempié de media mañana, reciclar aparte el tapón del cartón de leche o eliminar la botella de agua.
Tengo claro que no voy a comprar la fruta envasada y en barquetas (doblemente plastificada), y que, en la medida que las prisas lo pemitan, compraré la carne y el pescado fuera del odioso elemento. Y que no usaré pajitas ni platos o vasos de un solo uso, por cómodos que sean. Y…
Hay muchas cosas que podemos hacer. Ya lo creo. Esta semana y todas las demás.
Pero cómo quisiera poder vivir sin plástico.
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