El prestigioso Informe
Foessa de Cáritas nos acaba de pasar la factura de la crisis. O la “fractura”,
que afirma que son 8,5 millones las personas excluidas en España, 1,2
millones más que hace una década. Me ahorro y os ahorro los comentarios oficiales
(en uno u otro sentido) sobre el tema. Cada día me resulta más inquietante la
proliferación de discursos paternalistas, comprensivos, caritativos…
Estamos entrando en el peligroso terreno de sustituir la justicia social por
las limosnas. Ya saben eso de que la
caridad es vertical, siempre se hace de arriba abajo, mientras que la
solidaridad es horizontal, es entre iguales.
Lo que realmente me ha
inquietado es que el informe pone, con todas las letras, que advierte de
"una sociedad estancada" que provoca una "fatiga de la solidaridad", una cierta fatiga de la
compasión, que está generando "perfiles críticos con las ayudas
sociales". Traducido, la mitad de
la población expresa que ahora ayudaría menos que hace diez años.
Puede que aún nos haga
sentir más o menos bien regalar la ropa que sobra en los armarios, la que ha
pasado de moda o nos recuerda tiempos en que los años y las penas no se
acumulaban en la cintura; o donar puntualmente el kilo de garbanzos, o la
botella de aceite. Todo eso está muy bien, y es indudable que ayudan a paliar
situaciones muy graves. Ha ayudado a mantener cierta falsa paz social, a que no
se rebelen los hambrientos y los excluidos, a que los desesperados aguanten unos
días más su desesperación. Y por supuesto, ha mantenido nuestras conciencias
más o menos tranquilas.
Pero todo se acaba, y
parece que esto, también. Ahora lo dice Cáritas,
y supongo que en breve saldrán con lo mismo Cruz Roja, las asociaciones de todo
tipo que, con más o menos publicidad sobre sus bondades están ahí
día a día, a los voluntarios que dejan su tiempo y su energía en una labor tan ingrata.
Resulta que la
solidaridad cansa. También la caridad, que para los poco solidarios, es una
virtud cristiana que el diccionario define además como “Limosna que se da, o auxilio que se
presta a los necesitados”. Me rebela el término limosna, pero me entristece
profundamente que la solidaridad vaya a entrar en la categoría de palabras
moribundas.
Bien es verdad que muchas personas
que han conseguido salir adelante, echando una mano además a quienes no han
tenido la misma suerte, temen volver e uno u otro momento a tan dura situación
porque, excluyendo a los que se han plantado en 2019 con un montón de millones
más de los que tenían, la mayor parte aún andamos renqueando y sin divisar con
claridad la meta. Todos hemos oído eso de “para ayudar estoy yo…”.
Estamos cansados. Vale. Pero no podemos entrar de nuevo en las
limosnas puntuales, dejando de lado, por una parte la solidaridad y por otra,
la justicia social. Que las cifras
marean y no se puede mirar hacia otro lado. Hay que sobreponerse al cansancio y
seguir siendo solidarios. Seguir
tendiendo la mano entre iguales. Porque “Un hombre
sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a
levantarse”. Lo dijo Gabo.
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