Qué bien viene en este Jueves Santo eso de…”y al tercer día …”, que justo el
domingo hay elecciones, y seguro que también habrá, en sentido metafórico,
muertes y resurrecciones. El diccionario de la Real Academia, siempre dispuesto
a poner las cosas en su sitio, nos explica que resucitar viene del latín 're-'
y suscitāre, que significa levantar', 'avivar' y, dicho coloquialmente,
restablecer, renovar, dar nuevo ser a algo.
Claro que
antes hay que lidiar con otra “resurrección”, la de la Semana Santa que, en
estos años pasados de travesía por el desierto, se ha instalado y multiplicado
en todos los rincones del país, más allá de los sitios en los que existía, y se
mantiene una sólida tradición por motivos religiosos o turísticos.
Vamos que se
ha levantado, avivado, y restablecido
(lo de renovar y dar nuevo ser no lo tengo claro), la Semana Santa. Tanto, que me he remontado varias décadas
atrás, cuando me daba miedo salir a la calle con tanto encapuchado suelto. Y ya
ha llovido desde aquello, que una tiene su edad. El caso es que, además del
creciente número de procesiones, (afortunadamente ya sin banderas a media
asta), los nazarenos de todos los colores y las multitudes enfervorecidas
llenando calles y plazas, desde las farolas, desde los carteles, en cualquier
fachada con un trozo blanco, nos miran impacientes los candidatos, esperando el
Domingo de Resurrección.
Raro, cuando
menos. Y eso que todos han prometido no hacer campaña en los dos días
señalados, hoy y mañana, y el sábado ya toca reflexionar. Quizá viendo Ben.Hur,
la Túnica Sagrada, los Diez Mandamientos, Rey de Reyes o Barrabás., que
permanecen inmutables a estas alturas de siglo y de mundo global y diverso.
Supongo que,
para compensar, habrá sobredosis de políticos, traje oscuro y mantilla en ristre,
desfilando con cara de circunstancias detrás de borriquillas, Dolorosas y
cruces en cualquier punto del país, que tenemos muy frescas en la memoria las
imágenes de media docena de ministros cantado el Novio de la Muerte al Cristo
de los legionarios. En fin, cada uno
busca la resurrección a su manera y a la que cree que entenderán mejor los
“resucitadores”, es decir, los votantes.
Por mi parte,
me niego a volver a la Prehistoria, es
decir, a mi infancia. A las monjas del colegio que nos contaban que era pecado
jugar y reírse porque Jesús estaba sufriendo; a las larguísimas tardes de
Viernes Santo sin tele y con cines y bares cerrados. Eran los años en que en
este país nuestro, reserva espiritual de Europa, los gobernantes iban bajo
palio y en los pueblos, nadie mandaba más que el cura desde su púlpito,
predicando abstinencia y castidad.
Habrá quien
sienta y viva con toda religiosidad estos días. No lo dudo. Y quienes se vayan
a la playa o hagan una escapadita a cualquier punto sin procesiones. Unos
pensarán que suman puntos (votos) por el número de
procesiones a las que asisten, o a las que faltan. Otros seguirán pensando en
defunción del Estado aconfesional, y en la España de
orden y religión. Por decreto y con alardes. Como antes. Cuando llegó un sacerdote a Macondo,
reclamando dinero para la construcción de un templo, las gentes del lugar le
replicaron que “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando los
negocios del alma directamente con Dios”.
Pues eso, que estamos a tres días, y me
quedo con la acepción del diccionario que dice que resucitar es renovar, dar
nuevo ser a algo.
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