No es de extrañar
que en algunas culturas (sí, todavía), consideren una desgracia que nazcan
niñas, y que esperan como agua de mayo que sea un varón el que engrose la
familia. De hecho, en la India se prohibió que los médicos dieran a conocer,
tras realizar una ecografía, el sexo del futuro bebé, por aquello de evitar
abortos. Claro, que sólo había que acudir a un amiguete para burlar la
prohibición.
Sea como sea,
parece que las mujeres somos y hemos sido a lo largo de la Historia,
inoportunas. Vamos, que nunca le ha venido bien al “sexo fuerte” que sacáramos
los pies del tiesto, desde Eva a Hipatia de Alejandría, pasando por las
primeras científicas, viajeras, arqueólogas, escritoras, músicas o, más
recientemente, obreras de la construcción, mineras, bomberas o militares. Por
no decir divorciadas, libres para ser madres o no serlo, para elegir una nueva
pareja o, simplemente, si trabajar o quedarse en casa. Ya lo de ponerse
minifalda o salir de noche, ni os cuento.
Y esto, en
pleno siglo XXI. Que sí, que se ha avanzado mucho, que se han dado pasos de
gigante, que a nadie extraña que una mujer gane el Nobel de Física o el de la
Paz, o que ocupen sillones en la Academia o se suban a un andamio. Pero hay
tanto por hacer…
El mes
horribilis que acaba de concluir es una buena muestra de ello. En septiembre se
han roto todas las barreras de violencia machista, y no sólo para las mujeres,
sino también “para lo que más aman”, como dejó dicho el parricida de Castellón
tras degollar a sus dos hijas pequeñas. El delito de la madre, estar en trámite
de divorcio. El de la mayor parte de las víctimas, no “tragar2 con ser
propiedad privada, haber roto con su ex, tener pareja nueva, cambiarse de casa
para cambiar de vida.
Muchas cosas
han cambiado, sí. Pero no las fundamentales, la mentalidad, la de considerar a
la mujer tan “oportuna” como cualquier hombre, haga lo que haga y decida lo que
decida, dentro de su libertad que, por justicia y Constitución, es exactamente
la misma para ambos sexos.
Decía doña
Emilia Pardo Bazán, mujer formidable donde las hubiere, que “Para el español todo
puede y debe transformarse. Solo la mujer ha de
mantenerse mantenerse inmutable. La educación de la mujer
no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la
obediencia, la pasividad y la sumisión”. Corría el siglo XIX y se supone
que el sistema educativo también se ha transformado, que ya no se enseña a las
niñas a jugar con cocinitas y a los niños con camiones y espadas.
Se supone. ¿Y
cómo se justifica dos o tres víctimas semanales en un mes? Algo falla cuando se
sigue considerando a las mujeres inoportunas por razón de comportarse como
cualquier ser humano, con sus errores y sus aciertos, sus decisiones
equivocadas o atinadas. Pero con su derecho a decidir sin que las maten.
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