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miércoles, 24 de octubre de 2018

Desde Macondo. EL AÑO DEL DILUVIO

Tomo prestado el título de mi admirado Eduardo Mendoza,  no porque tenga mucho que ver con su relato de la monja enamorada y engañada por el cacique local mientras buscaba subvenciones para su asilo de pobres. Me ha venido a la cabeza porque los hechos se desarrollan en un año marcado por una enorme sequía y más tarde, por  unas grandes lluvias que asolaron gran parte del  lugar golpeando duramente a muchísimas familias.  Miseria sobre miseria.
          La Historia, real o ficticia, que nos han contado, está llena de diluvios.  Aguaceros constantes como castigo, fin de época, toque de atención de los dioses, representación de la cólera divina…Desde Noé y mucho antes, ha llovido.
          Pero no sé porqué me da en la nariz que el que viene, va a ser realmente el año del diluvio. Al menos por estos lares, en los que ya ha empezado a llover tras muchos años sin una gota que aplacase la sed de las gentes. Va a ser año electoral, y todos han empezado a sacar los paraguas.
          Claro, que de forma muy distinta. Unos, para ponerse a cubierto y, en la medida de lo posible, cubrir a quienes les rodean, a los que esperan como agua de mayo, nunca mejor dicha la expresión, que algo cambie, que se vayan con el agua  recortes, las pagas menguadas, los trabajadores pobres, los parados despreciados, los ancianos con mala vejez y los jóvenes con peor mañana y los Bancos voraces que acaban con los restos del naufragio.
          Otros, esgrimiéndolos como armas defensivas, u ofensivas, que es peor, sacudiendo mandobles a diestro y siniestro para no perder el sitio, para seguir dirigiendo los destinos de cielo y tierra, decidiendo quien debe salir a flote y quien tiene que continuar hundido en el barro por los siglos de los siglos.
          Y los demás, esperando que escampe, con un puntito de esperanza, no demasiada, para, aún con el verde de agua en la piel, con en Macondo, afrontar el siguiente ciclo.
          El diluvio en Macondo duró exactamente cuatro años, once meses y dos días.  Casi como una legislatura. Pero cuando terminó de llover, los sobrevivientes de la catástrofe, saludaron a los primeros soles que volvían a iluminar su pueblo.
          Y Úrsula, la matriarca, que estaba esperando a que escampara para morirse, se vio presa de la fiebre de la restauración, y desde el mismo momento en que cesó la lluvia no tuvo un instante de reposo para restaurar la casa y “espantar la ruina”. Para que Macondo volviera a ser el lugar blanco y soleado de antes del diluvio.
          En pleno diluvio, y más que nunca, me gustaría que hubiera mil, un millón de Úrsulas aireando la casa, abriendo puertas y ventanas, exterminando hormigas y carcomas y tendiendo las sábanas al sol, volviendo a plantar flores, a abrir los bazares de la calle de los Turcos, con sus mercancías de alegres colores.
          A volver a mirar al sol.

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