Primero escuchamos “Operación
Púnica”, y mi cabeza se fue a las guerras entre romanos y cartagineses, a Aníbal
con sus elefantes y al rotundo “Carthago delenda est” que puso fin a una de las
civilizaciones más florecientes. Pero no. Faltaba la segunda parte, el
“granatum”. La operación del árbol del granado, que toma su nombre del apellido
del cabecilla de la penúltima red de corrupción que hemos conocido.
En tiempo de granadas. Las dos
que habitan mi frutero me miran compungidas, como si sobre ellas hubiera caído
también el peso de la ignominia, como si en la redada, en la operación que les
ha robado el nombre, hubiera caído también su prestigio y su historia.
Los enviados de Moisés a la
Tierra Prometida trajeron granadas, como símbolo de la fecundidad; Afrodita
plantó el primer granado de la Grecia antigua, en Egipto se enterraba a los
muertos con ellas, para facilitar el paso a la vida eterna, y en China se
esparcen sus granos en la cámara nupcial para atraer la prosperidad. Romeo
declara su amor a Julieta a la sombra de un granado, y el Amado y la Amada de San
Juan de la Cruz degustan escondidos el mosto de granada.
Tuve como un tesoro, perdido con
el tiempo y con los años, un libro de cuentos de Oscar Wilde, “La Casa de las
Granadas”, que por asociación de ideas llega hoy hasta estas líneas. En el
primero de los relatos se abordan las diferencias entre ricos y pobres, la
vanidad y ostentación de unos y la desgracia de los menos favorecidos. Y una
frase que luego he visto publicada por ahí: "Mientras nosotros pisamos las
uvas, otros se beben el vino".
Es tiempo de granadas y, en
adelante, cuando piense en éllas, cuando retrase hasta el infinito el momento
de ponerme a desgranarlas, cuando estallen en mi boca con ese sabor
indescriptible y único, no podré pensar en aromas del Oriente donde nacieron,
en los bereberes que la trajeron a España, en fecundidad y prosperidad, en
cuentos y en historias de amor.
El dulce mostro de la granada va
a quedar ligado para siempre a operación policial, a corrupción, a burla, al
tiempo que nos ha tocado vivir y que ni tan siquiera permite la ensoñación,
porque la realidad golpea insistentemente en nuestras puertas.
Podían haberla llamado de otra
forma. Gurtel, por ejemplo, (correa en alemán y apellido de otro sinvergüenza),
que no me sugiere nada. Pero la han llamado Púnica Granatum y al mismo tiempo han matado los símbolos.
Y los sueños.
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