Lo de que
vamos p’atrás no tiene discusión posible. Y a pasos agigantados. No hay día que
no leamos que si los sueldos están a nivel de hace dos décadas, la pobreza como
después de la guerra y los derechos laborales… vaya usted a la historia a
buscarlos. Y para colmo, los pícaros ocupan el primer plano de la actualidad.
Estupefacta me tiene el “pequeño Nicolás”, que no es uno de los pilluelos
desharrapados del Londres de Dickens, en pleno siglo XIX. Qué va. Con su
perfecto look de pijo total y veinte años recién cumplidos, ha conseguido
colarse, sin desentonar, en la alta sociedad que, como todo el mundo sabe, no
se mide por el color de la sangre, sino por el del dinero.
No digo
nada de los Blesas, Ratos y demás picaros de alcurnia, ni de la larga lista de
usuarios de las tarjetas black, ni de los gurtelianos, los pujoles, los de los
ERE, los ínclitos empresarios tan ocupados en poner su dinero a buen recaudo y
recetar bajadas de salario y subidas de jornada laboral.
Y no sé
de qué me extraño. De tanto ir para
atrás nos hemos plantado en el Siglo de Oro. Al fin y al cabo, España siempre
ha sido un país de pícaros. Hasta tenemos género literario propio, la novela
picaresca, y personajes que forman parte de nuestra intrahistoria y que, tal
vez, han dejado parte de su ADN en nuestros genes. A las pruebas me remito.
¿Quién no
se ha reído con las maniobras para sobrevivir del pobre Lázaro de Tormes? O con
los hurtos constantes de Don Pablos, el Buscón de Quevedo, o con las tretas del
Guzmán de Alfarache. Hemos admirado la pericia del dómine Cabra para hacer mil
caldos con el mismo hueso, que sumergía en la marmita atado de un cordel, y
hemos aplaudido el truco de agujerear la bota de vino para beber al tiempo que
el “jefe”, y gratis.
Hemos
vuelto al Siglo de Oro pero, como el mundo está al revés, no son los pobres los
que engañan a los ricos. Se han vuelto las tornas y ahora los pícaros son los
poderosos (léase poder político o económico) y llegan hasta los alrededores de
alguna testa coronada.
Y sus
aventuras, que no desventuras, no nos hacen precisamente sonreír. La picaresca
de este siglo XXI es la de los banqueros que emigran a puestos de trabajo con
sueldos millonarios, después de haber engañado con preferentes y otras
artimañas a miles de personas; es la de los que abandonan la política para
ocupar sillones en empresas que ellos mismos han “externalizado”, que es el
eufemismo para decir privatización; es la de los que colocan a decenas de
amigos y familiares mientras el paro alcanza cifras angustiosas. Los “rescatados”
que gastan alegremente el dinero recortado en becas o médicos.
Los
nuevos pícaros son los que aplauden una reforma laboral que les permite
despedir a miles de trabajadores para “deslocalizar” su producción, es decir,
para llevar las fábricas a Marruecos o la India, donde las jornadas de trabajo
son interminables y los salarios de risa. Eso sí, después de mantener deudas
millonarias con Hacienda y de recomendarnos trabajar como chinos.
Los
pícaros de este siglo de vergüenza son los que aprovechan la crisis para
ofrecer sueldos de miseria y de hambre, para rodearse de becarios que trabajan
por la ilusión de cobrar algún día y de gente sobradamente preparada que
necesita hasta el último céntimo de lo que le quieran dar.
Son los
que piden sacrificios y dan lecciones de cómo salir de la crisis (ellos),
mientras hunden en la miseria a todo un país, los que van en coches oficiales y
niegan transporte escolar y ambulancias, porque aumentan el déficit. Los que
permiten desgarradores desahucios y acumulan inmuebles; los que niegan
subsidios a los desempleados y se colocan dietas inmorales para aumentar su
saldo a fin de mes.
Mientras,
el pueblo pasa hambre y frío, como en la España del Siglo de Oro, y no le
quedan tretas que buscar para sobrevivir.
Cómo me gusta leer tus artículos, Mari Ángeles. Lo clavas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Chapeau!
ResponderEliminarGracias, Antonio. Y gracias, Dimas.
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