No es el título del famoso bolero de los años
cuarenta. Ni le sobra la coma. Es, simplemente, lo que nos pasa, la raíz de
casi todos nuestros males. Si estuviéramos en el siglo XVIII, en el Despotismo
Ilustrado, lo definiríamos con una sola frase: “Todo por el pueblo, pero sin el
pueblo”. Con todos los matices, claro, que existen las cuentas suizas y los
paraísos fiscales.
Y si estuviéramos en Macondo,
recordaríamos ese episodio del regreso triunfal del coronel Buendía, cuando,
borracho de poder, decidió trazar un círculo de tiza a su alrededor para que
nadie se le acercara demasiado, a menos de tres metros. En el centro de este círculo que sus edecanes
trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía
con órdenes breves e inapelables el destino del mundo.
Los tiempos han cambiado. Y las formas. La
tiza ya no se lleva; ahora hay vallas y antidisturbios; hay partidos y
aparatos; hay Gobiernos empeñados en hacernos tomar la más amarga medicina
insistiendo en que es por nuestro bien, cuando su remedio nos está agujereando
el estómago, bloqueando los riñones e intoxicando el hígado. Pero eso no
cuenta. No contamos.
He recordado el círculo de tiza del coronel
este mismo fin de semana, con ocasión del Día de Castilla-La Mancha, que seguí
por televisión. Calles cortadas en un radio enorme que no hay tiza que lo
dibuje, una menguada comitiva de políticos encantados de haberse conocido y un
acto institucional en el que todos se han felicitado de lo bien que lo están
haciendo y de que el pueblo los quiere. Ese pueblo que no ha podido acercarse
ni de lejos, que las vallas son más contundentes que las rayas pintadas en el
suelo. La distancia ya no se mide en metros, se mide en años luz.
Han pasado apenas dos semanas de unas
elecciones en las que todos se han afanado en entonar el “Contigo”. Todos en la
calle, en la tele, en los periódicos, en la radio. Estamos juntos en esto.
Vótame.
Y a la vuelta de unos días, paisaje después
de la batalla, un panorama desolador. Como antes, como siempre. Unos y otros,
vencedores y vencidos, se retiran a sus cuarteles para estudiar la estrategia
que les permita seguir ahí. Se acabó lo que se daba, hasta la próxima cita
electoral. Como en la peor forma de oligarquía, en la que el poder
se transmite por la sangre (o por disciplina de partido) y por influencias
económicas.
Todos al círculo de tiza, y fuera quedamos
los demás, lamiéndonos las heridas.
Otra vez la distancia. Enorme, mayor cada
día. Distancia con los políticos, con las instituciones, con los que mandan,
con los que recetan salarios de hambre desde cómodos sueldos que multiplican
varias veces los de la gente de a pie; con los que hablan de sacrificios para
ganar un futuro que tienen más que asegurado, cuando el resto chapoteamos en el
presente sin línea del horizonte a la vista.
Ha ido creciendo la distancia al tiempo que
la pobreza y la desigualdad. Y la falta de vergüenza. Y la desfachatez. Poco a
poco, el círculo se convierte en una fortaleza inexpugnable. Los altos muros
impiden ver el exterior y dentro… Dentro no salpica nada de lo que sucede en el
mundo. Y el mundo les queda cada vez más lejos.
En pocos meses volverán a entonar el bolero:
Contigo en la Distancia. Y por unos días, quitarán la coma.
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