Tenía
pensado titular esta columna con “El Rey Desnudo”, o El Traje Nuevo del
Emperador, según cómo se traduzca el popular cuento de Andersen. Pero me ha
venido a la cabeza el genial entremés de Cervantes y, al fin y al cabo
(genialidades aparte), lo de la proclamación bien podría ser un cuadro, una
escena, del Retablo de las Maravillas que nos quieren vender.
Mientras unos y otros se deshacen en
alabanzas sobre los ropajes del monarca, vestido de estabilidad, confianza,
futuro, juventud, preparación, respeto, constitucionalidad y esas cosas que la
gente de a pie no vemos, contemplamos con cara de bobos el maravilloso
escenario creado por el sabio Tontonelo en el que se suceden brotes verdes,
bajadas e impuestos, recuperación espectacular, cuentas saneadas, futuro más
que brillante, marca España en alza y hasta furia patria para el acontecimiento
deportivo del momento.
En Tontonela, la ciudad de origen del
sabio inventor del retablo, nos sobran los Chanfallas y Chirinos que van
narrando cada cuadro inexistente de la representación, y que dejan
boquiabiertos a los vecinos. Todos ven lo que no hay, porque nadie quiere
quedar como más tonto que los demás. Ven a Sansón, y al Gran Turco, y hasta
sienten en sus manos el agua fresca del Jordán. Faltaría más. Hay que apuntarse
al carro, y decirle al Rey, (ahora cambio de cuento), que su manto es el más
hermoso, y que la túnica dorada es tan sutil que nos deslumbra.
Nos han sacado entrada preferente en el
mejor corral de comedias para un espectáculo ficticio. Fuera, en la calle, se
queda la realidad sin adornos, la que se ve sin retablos mágicos. Sin
vestiduras de gala.
Ahí está el debate sobre comedores
escolares, sobre trabajadores pobres, aunque tenga empleo, sobre desempleados
sin futuro; están los datos, ahora frescos, sobre el crecimiento de los
desahucios, de los índices de pobreza, del número de millonarios, de la
desigualdad creciente y los gastos familiares menguantes, de la sanidad cada
vez menos nuestra, de la Justicia injusta para tantos…..
Es el momento de darle la vuelta al
cuento, de escribir otro entremés, con permiso del maestro de los cuentos y del
padre del Quijote. Sin final feliz, donde se diga desde el principio que el Rey
está desnudo y que los que elogian sus vestiduras son unos corruptos sólo
interesados en medrar. Y nadie se deje engañar por los decorados del retablo,
que son de cartón piedra pintados con purpurina. Una obra nueva en la que el
público sea el actor principal, y no un mero espectador al que tener
entretenido con fantasías. Se han inventado un retablo de las maravillas para
ocultarnos la vida real.
Pero la realidad es tan tozuda…
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