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jueves, 12 de junio de 2014

Desde Macondo. LA PRINCESA Y EL GUISANTE


De toda la vida sabemos que los reyes, en general, son distintos a nosotros. Que aunque no venga en el Génesis, Dios creó al hombre, a la mujer y luego, a la Monarquía. Y la situó por encima del bien y del mal y, por supuesto, del resto de los mortales. Así es, y así nos lo han contado, desde pequeñitos.

Saturada de abdicación, proclamación y de las toneladas de almíbar que se están vertiendo en estos días sobre la divinidad del Rey saliente, y del entrante, me viene a la cabeza uno de esos cuentos de Andersen, de los troquelados de toda la vida, que leí cuando apenas aprendía a juntar las letras: La Princesa y el Guisante. Seguro que a todos os suena. Una Reina, empeñada en buscar la mejor esposa para su hijo, somete a todas las candidatas a una dura prueba, la de detectar un guisante colocado bajo veinte colchones. Sólo así se sabría si su sangre real era auténtica. Docenas de candidatas fueron desechadas, hasta que llegó la auténtica princesa, que se levantó llena de moratones por la molestia de la dichosa bolita verde. Y se casó con el Príncipe, y comieron perdices y todas esas cosas.

En la época del cuento, yo dormía aún en colchón de lana. De esos llenos de bultos que no había forma de colocar debidamente. Y que te absorbían literalmente cuando te tumbabas en la cama. Se movían contigo, dándote la sensación de estar en un barco a la deriva, por lo que se balanceaban a cada cambio de postura. Y pensaba en el guisante, en cómo podría notar alguien una cosa tan pequeña, sin confundirla con los nudos de la lana.

Efectivamente, tendría que ser muy especial. Pues eso, de la realeza. Especiales desde la cuna, y mucho antes. Capaces de vivir en su burbuja de palacios, yates, cacerías, viajes exóticos y demás, con la única obligación de salir a saludar de cuando en cuando. Y cobrando generosamente por ello, claro. Sin despeinarse.

Así es como tiene que ser. Lo hemos aprendido desde pequeños ¿Quién no ha leído un cuento de príncipes y princesas? Guapísimos, apuestos, bellas hasta quitar el aliento, viviendo felices desde la primera línea hasta el y colorín colorado…

Ahora que he crecido, que los colchones de lana son un mal recuerdo y que sé casi todos los cuentos, me da pena la pobre princesa del cuento, tan refinada y poco dotada para la vida cotidiana que no era capaz de disfrutar de un plácido descanso por una tontería, un simple guisante, que los demás, los súbditos, ignoraríamos sin mayores problemas.

Me apena, ante todo, que estos seres de cuento, los reyes y las reinas, los príncipes y las princesas, no sean personajes de ficción, que hayan traspasado las tapas troqueladas del cuento y hayan sentado sus reales aquí mismo, en nuestro mundo, pero sin mezclarse, con nosotros, a años luz de nuestras vidas.

Y que nos sigamos afanando en quitar de sus camas el guisante que molesta sus reales cuerpos, mientras los nuestros soportan todos los rigores imaginables.

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