Tengo la molesta
sensación de no estar sola en Macondo. Mejor dicho, de estar mal acompañada. En
los últimos tiempos han aparecido por aquí vecinos incómodos que, perturban la
paz de los muertos, los sueños de los vivos, el ir y venir de los personajes
mágicos. Confunden la magia con su realidad inventada, que ni es realidad ni es
mágica.
Piensan
que todo el mundo es Macondo, y han instalado aquí su mercado de baratijas, tal
y como hacían cada año los gitanos, envueltos en el ruido de mil y un
instrumentos musicales, con gran alboroto de pitos y timbales. Han instalado su
carpa en la plaza, pero no para transportarnos a ese mundo mágico y desconocido
en el que habitaban el hielo, y la lupa, y los catalejos, y hasta la piedra
filosofal.
Su
Macondo no es el mío. No sé si me cabe una mentira más. O una “interpretación
de los datos”, como lo llaman ahora. Puedo vivir en un mundo real y en uno
mágico, repartiendo mi tiempo entre ambos. Pero no encuentro sitio en un mundo
falso. Los heraldos de la “recuperación” han ocupado estratégicamente todas las
esquinas del pueblo para lanzar a los cuatro vientos sus proclamas. Han hecho
magia con la realidad, transformando lo malo en bueno, lo pésimo en
maravilloso, el presente incierto en futuro perfecto.
Y
han invadido Macondo. Llueven contratos, euros, primas reducidas, déficits
adelgazados, deudas minimizadas, turistas con carteras bien repletas y hasta
ladrillos, que va a empezar a crecer la construcción otra vez. Llueve alegría,
y la fuerza del agua arrastra las penas, los recortes, el hambre, los miedos.
Es la tormenta perfecta que nos cuentan los invasores, que no saben que el
diluvio no era eso.
No
se han molestado en descifrar los pergaminos de Melquiades, razón de ser de la
estirpe que fundó Macondo, y han traído su propio diccionario, repleto de
palabras que ni entendemos ni creemos. Como la Compañía Bananera, pretenden
subyugarnos con el brillo del dinero, que luego pasará delante de nuestras
narices sin que lleguemos a olerlo.
Luego, tras el diluvio, se marcharán tan frescos. Habrá acabado la campaña
electoral; Europa impondrá normas nuevas, gobernarán como Dios manda, volverán
a traspasar esas líneas rojas que aseguraron no cruzar nunca…
Y
ahí quedará Macondo, en su siesta eterna, luchando por recomponerse, por
recuperar el tiempo circular interrumpido por unos magos de tres al cuarto que
han pretendido hacer con la realidad una burda sesión de magia.
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