O Ley Cenicienta, que
es la traducción literal de la nueva norma que la Pérfida Albión, desde antiguo
metiendo el dedo en el ojo de España, va a poner en marcha para la protección
de los menores. Justo cuando desde todos los puntos del mundo mundial nos ponen
la cara colorada y nos bombardean con reproches acerca del intolerable índice
de pobreza infantil que nos aqueja, van los ingleses y se inventan la
Cinderella Law. Para desestabilizar España, que diría Montoro.
Cuando las familias
españolas hacen malabares para dar de comer a sus hijos, los ingleses, además
de quedarse con Gibraltar, dicen que no basta con alimentar el cuerpo, porque
el espíritu también come. Y su alimento es el cariño. Por eso se plantean
penalizar, hasta con diez años de cárcel, la “crueldad emocional” para que no
haya niños que crezcan sin abrazos, sin caricias, sin sentirse queridos.
Qué envidia. Aquí
hablando de abandono escolar por falta de medios, de comedores sociales, de
mantas, quien puede, porque encender la calefacción, ni pensarlo, de más de un
33 por ciento de pobreza infantil… Y al otro lado del charco, ahí mismo,
exigiendo abrazos. Y haciéndolo por Ley.
Claro que es muy
importante el cariño. Pero no se come; puede que encienda el corazón, pero no
la luz. Ni calienta los pies helados, ni pone libros en la mochila o un
bocadillo en la tartera. Todo el amor del mundo no sirve para explicar a un
niño que no puede ir de excursión, ni acceder al comedor escolar, ni estrenar
chándal o tener un regalo de cumpleaños.
La Ley Cenicienta
debería aplicarse no sólo a los padres, que también, sino a los que practican a
diario, y con sueldo, la auténtica crueldad emocional, la falta absoluta de
empatía, de humanidad, de conciencia social. Los que niegan el alimento al
cuerpo y al alma y encima se permiten criticar a los que, desde la solidaridad
y el cariño, tienen la osadía de poner de manifiesto que el Estado debe actuar
como madre, y no como la malvada madrastra del cuento.
Ya lo dice el refrán,
cuando el hambre entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Y son
cientos de miles las casas abiertas de par en par en las que se cuela el hambre
y es infinitamente difícil mantener las ventanas cerradas para que no se escape
el cariño, empujado por la desesperanza y la desesperación.
Se impone una Ley
Cenicienta, con las penas más altas, pero para los padres de la Patria, los que
miran hacia otro lado para no ver los platos vacíos, y además son incapaces de
tender la mano o estrechar entre sus brazos a nadie. Y además niegan la evidencia.
Igual les pasa lo que
al coronel Buendía, a quien una mañana se le presentaron en casa todos los
hijos que había ido dejando por el mundo, los 17 Aurelianos, que reclamaban su
cuota de cariño.
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