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miércoles, 16 de abril de 2014

Desde Macondo. FARISEOS


El diccionario de la Real Academia, siempre dispuesto a poner las cosas en su sitio, nos define  fariseo como “miembro de una antigua secta judía que aparentaba austeridad pero que en realidad no seguía el espíritu religioso”. En apariencia, los fariseos constituían el grupo más observador de las prescripciones de la ley. Aparecían como justos y daban impresión de una religiosidad seria. Sólo la impresión. En plena semana de pasión, soportando como podemos el bombardeo  por tierra, mar y aire (léase procesiones, tele, radio) de la vida, pasión y muerte de Cristo me he acordado,-vaya usted a saber por qué, de los fariseos.

Tal vez sea por sobredosis de políticos, traje oscuro y mantilla en ristre, que desfilan con cara de circunstancias detrás de vírgenes y cruces en cualquier punto del país. O por los que disfrutan de lo que ellos mismos dan en llamar “merecido descanso”. O por el encefalograma plano-informativamente hablando, que presenta la actualidad, cuando hay tanto que debatir, tanto que arreglar…

No se me ocurre nada más fuerte (bueno sí, pero no quedaría bien en una columna) que llamar fariseos a los que hacen tal alarde de religiosidad, de recogimiento, mientras se multiplican las llamadas a la solidaridad, los informes sobre la pobreza, la sospecha de un mañana peor, la certeza del hambre, los desahucios, la falta de atención sanitaria, los recortes inhumanos. Son fariseos los que recetan sacrificios a los demás escondidos tras el humo de un buen puro, los muros de un chalet de lujo y la larga lista de números de su cuenta corriente. Los que nos obligan a pelearnos por las escasas briznas de brotes verdes mientras se limpian los restos de caviar.

Me revuelve las tripas que se cree un “Punto de Atención al Costalero” (sic) desde el servicio público de Salud, mientras las listas de espera llegan hasta el infinito y más allá, y eso, si no tienes la mala suerte de ser inmigrante sin papeles, que entonces no hay lista que valga. A morir en la calle.

Igual piensan que con esto se aseguran un puesto a la derecha de Dios,  cuyo hijo dijo eso de “Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres” (Mateo 23, 13). No tengo demasiadas esperanzas en  el castigo divino. Seguro que también tienen mano ahí arriba para eludir sus responsabilidades. O igual suman puntos por el número de procesiones a las que asisten, de misas que presiden o de prebendas que entregan a los obispos.

Dice la Biblia que Jesús llamó "sepulcros blanqueados" a los escribas y fariseos, esos hombres malísimos que aparecen continuamente en el libro sagrado. Sepulcros blanqueados, “que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”.  Es un símil perfecto y muy gráfico para calificar a los falsos, a los hipócritas, a los que se ocultan tras una apariencia beatífica y tienen el interior más negro que los pies de Cristo.

Y es momento de, siguiendo las enseñanzas de ese Jesús al que tanto apelan, echar a los fariseos del templo, sacarlos del mundo que han convertido en un gigantesco mercado en el que sólo ellos compran y venden, y nosotros somos las mercaderías. Los fariseos, mercados, Ibex, bolsas, primas y demás, siguen a las puertas de nuestras vidas, y ya llevan demasiado tiempo.

Cuando llegó un sacerdote a Macondo, reclamando dinero para la construcción de un tempo,  las gentes del lugar le replicaron que “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando los negocios del alma directamente con Dios, y habían perdido la malicia del pecado mortal” Los fariseos eran otros, no estaban entre el pueblo.

 

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