El diccionario de la Real Academia,
siempre dispuesto a poner las cosas en su sitio, nos define fariseo
como “miembro de una antigua secta judía que aparentaba austeridad pero que en
realidad no seguía el espíritu religioso”. En apariencia, los fariseos constituían el grupo más
observador de las prescripciones de la ley. Aparecían como justos y daban
impresión de una religiosidad seria. Sólo la impresión. En plena semana de
pasión, soportando como podemos el bombardeo
por tierra, mar y aire (léase procesiones, tele, radio) de la vida,
pasión y muerte de Cristo me he acordado,-vaya usted a saber por qué, de los
fariseos.
Tal vez sea por
sobredosis de políticos, traje oscuro y mantilla en ristre, que desfilan con
cara de circunstancias detrás de vírgenes y cruces en cualquier punto del país.
O por los que disfrutan de lo que ellos mismos dan en llamar “merecido
descanso”. O por el encefalograma plano-informativamente hablando, que presenta
la actualidad, cuando hay tanto que debatir, tanto que arreglar…
No se me ocurre nada
más fuerte (bueno sí, pero no quedaría bien en una columna) que llamar fariseos
a los que hacen tal alarde de religiosidad, de recogimiento, mientras se
multiplican las llamadas a la solidaridad, los informes sobre la pobreza, la
sospecha de un mañana peor, la certeza del hambre, los desahucios, la falta de
atención sanitaria, los recortes inhumanos. Son fariseos los que recetan
sacrificios a los demás escondidos tras el humo de un buen puro, los muros de
un chalet de lujo y la larga lista de números de su cuenta corriente. Los que
nos obligan a pelearnos por las escasas briznas de brotes verdes mientras se
limpian los restos de caviar.
Me revuelve las tripas
que se cree un “Punto de Atención al Costalero” (sic) desde el servicio público
de Salud, mientras las listas de espera llegan hasta el infinito y más allá, y
eso, si no tienes la mala suerte de ser inmigrante sin papeles, que entonces no
hay lista que valga. A morir en la calle.
Igual piensan que con esto
se aseguran un puesto a la derecha de Dios, cuyo hijo dijo eso de “Pero, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis
el reino de los cielos delante de los hombres” (Mateo 23, 13). No tengo
demasiadas esperanzas en el castigo divino.
Seguro que también tienen mano ahí arriba para eludir sus responsabilidades. O
igual suman puntos por el número de procesiones a las que asisten, de misas que
presiden o de prebendas que entregan a los obispos.
Dice la Biblia que
Jesús llamó "sepulcros blanqueados" a los
escribas y fariseos, esos hombres malísimos
que aparecen continuamente en el libro sagrado. Sepulcros blanqueados, “que por
fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de
toda inmundicia”. Es un símil perfecto y muy gráfico para calificar
a los falsos, a los hipócritas, a
los que se ocultan tras una apariencia beatífica y tienen el interior más negro
que los pies de Cristo.
Y es momento
de, siguiendo las enseñanzas de ese Jesús al que tanto apelan, echar a los
fariseos del templo, sacarlos del mundo que han convertido en un gigantesco
mercado en el que sólo ellos compran y venden, y nosotros somos las
mercaderías. Los fariseos, mercados, Ibex, bolsas, primas y demás, siguen a las
puertas de nuestras vidas, y ya llevan demasiado tiempo.
Cuando llegó un sacerdote a Macondo, reclamando dinero para la construcción
de un tempo, las gentes
del lugar le replicaron que “durante muchos años habían estado sin cura, arreglando
los negocios del alma directamente con Dios, y habían perdido la malicia del
pecado mortal” Los fariseos eran otros, no estaban entre el pueblo.
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