Es sobrecogedor, aunque aquí no
haya sobres que coger. En realidad, no hay nada que echarse a la boca, y así lo
ha dicho hace unas horas el responsable de uno de los bancos de alimentos que
tantas situaciones extremas están solucionando.
Debería
crearse un Ministerio de Pobreza. Esa ha sido la propuesta de un hombre que
sabe lo que se trae entre manos, que no lo lee en el periódico ni lo escucha en
la radio. Lo ve, lo palpa cada día, y exige un órgano de gobierno que pise la
calle y comparta trabajos y angustias.
No sé si es
la solución. Seguro que no. Aprovecharían para colocar asesores, tipo la
familia de la diputada del quesejodan, y luego dirían que no tienen
presupuesto. No me imagino yo a un ministro/a haciendo cuentas de los macarrones,
garbanzos, patatas y litros de leche que hay que comprar para alimentar a los
que tienen hambre. Ni a un ministro ni a nadie de su glamuroso personal. Eso es
pecata minuta, es de mal gusto hablar de pobres, y ellos están para otras
cosas, para la alta política, para la macroeconomía, sin descender a detalles
nimios como el que los niños coman cada día, al menos una vez.
Es posible
que no sea la solución. Casa mal esta idea con la práctica de hacer pagar los
medicamentos, cortar subsidios de desempleo, subir matrículas para que sólo
estudien los que lo pueden pagar o suprimir las ayudas al comedor o al
transporte escolar. Todo esto hace que pensar en un Ministerio de la Pobreza
sea una quimera.
Y lo será
mientras los que nos gobiernan no entiendan que luchar contra la pobreza no es
luchar contra los pobres, que es lo que hacen cada día.
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