Llevo toda la semana
tarareando la musiquilla que da título a esta humilde columna. Pompa y
Circunstancia. Seguro que todos la han oído, aunque así de entrada no les
suene. Piense en películas británicas, en salidas majestuosas de la Reina de su
ostentosa residencia, en vestidos de Sissi emperatriz, en mantos ribeteados de
armiño, en cetros de oro, en ceremonias palaciegas, en coronaciones.
Esta marcha se escribió
precisamente para la coronación de un rey británico, Eduardo VII, creo y,
andando el tiempo, se sigue asociando a lo mismo, a solemnidad, a lujo sin
sentido, a vasallaje, a anacronismo.
¿Pensaban que no iba a
hablar de la Familia Real? No soy tan insensata como para pasar de puntillas
por un asunto que está en boca de todos y que, por tanto, también debe estar en
Macondo, aunque como todos saben, esto es una república donde gobiernan la
magia y las fuerzas de la Naturaleza. Pero toca hablar de Reyes. Lo dicen las
encuestas, se habla en la calle y en las tertulias; en los periódicos, en otros
países… Hasta en los Juzgados.
Lo de la infanta
imputada es sólo un párrafo de un episodio de una película con final incierto.
Antes hubo elefantes, y duques empalmados, y otros duques apartados, y
princesas de mentira con dinero de verdad (nuestro, presuntamente), y cuentas
sin contar, y patrimonios sin inventariar, y enfermedades sin baja médica, y
más cosas que no caben en tan escasas líneas.
En fin, que la pompa y
la circunstancia, el brillo del satén y los destellos de las arañas de cristal
de Bohemia, los saludos que tanto han practicado y tan bien les salen, ya no
bastan. No basta el apelar al ¿papel? que el patriarca jugó en la Transición y
que nadie cuestionaba al menos en público. Se ha sustituido por el recuerdo de
quién lo puso ahí, o por las dudas sobre su herencia; ya no basta con tener un
príncipe alto y guapo y sobradamente preparado, según nos cuentan quienes
entienden. No quedan ya muchos de los que se proclaman “juancarlistas”, que no
monárquicos. Han ido desapareciendo, por ley de vida, o se han ido
desencantando, por ley del desengaño.
Y esto hay que
arreglarlo. No sé cómo. Se me ocurre que tal vez el Rey debería retirarse (que
no es lo mismo que abdicar en su hijo). Y se me ocurre que, en el sistema
político en que nos movemos, lo lógico es preguntar al pueblo. Pero sólo son
ocurrencias.
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