Se habrán fijado
ustedes en que, salvo los habitantes de Macondo, que por derecho propio tienen
lugar en este espacio, nunca hay nombres propios en esta columna. No hay nadie
con mayúsculas porque, en definitiva, la vida que nos interesa a todos es la
vida en minúsculas, nuestro día a día, nuestras cosas, que posiblemente son
tonterías si pensamos en macroeconomía, en el mundo global, en las grandes
cuentas de una gran empresa, de la Banca o del Estado.
Son tonterías, pero son
las nuestras, las que nos angustian, nos agobian, nos quitan el sueño y, de
cuando en cuando (cada vez menos), nos alegran. Hay desempleo con mayúsculas,
por supuesto, pero nos apena el nuestro y el de los nuestros; y hay unos
gobernantes insensibles. Los nombres son lo de menos, porque están ahí, y
cuando se marchen, vendrán otros que se llamen diferente, pero sean los mismos.
Claro que nos
sobrecogen las imágenes y las noticias sobre pobreza o desahucios; y tienen
nombre y apellidos que olvidamos rápidamente, porque conocemos otros casos
mucho más próximos, que son los que nos importan.
Y ya no le ponemos
nombre a los casos de corrupción ¿Qué más da? Hablamos de la corrupción por uno
y otro lado, por la empresa, los partidos, los bancos, la Iglesia, las instituciones… Todo
en minúscula, aunque, por seguir las reglas de la ortografía deberían ser
mayúsculas. Así me lo enseñaron, el cargo en minúscula, la institución en
mayúscula. Gobierno y gobernantes. Presidencia y presidente. Ministerio y
ministro. Banca y banqueros.
Pero no hay reglas
ortográficas que valgan en este mundo al revés. A la tontería del desempleo
contestan con más recortes y varios planes ridículos desde el espacio que sea,
es decir, desde gobiernos, comunidades autónomas o alcaldías. Con minúsculas,
porque da igual uno que otro.
A la pobreza la
combaten con caridades y promesas a largo plazo, a la enfermedad con más dolor;
a la necesidad de educación, con más recortes; a la angustiosa falta de dinero,
con más cuentas en cualquier paraíso fiscal, con más dietas injustas, con más
indemnizaciones millonarias a los causantes de la crisis, con más beneficio
empresarial para los perpetradores de ERES…
Todo lo demás son
tonterías. En minúsculas, porque son las nuestras. Son pequeñas tragedias cuya
suma arroja una cifra de escándalo, que se cita así, en abstracto. Seis
millones de parados, un desahucio cada no sé cuantos minutos, un 26 por ciento
de niños absolutamente pobres y otros tantos rozando la raya. Y todo sigue
igual.
Por eso no hablo de
nombres propios. Da igual como se llame el gobernante de turno. Y quien tenga
enfrente. Y hasta quien sea ese papa (con minúsculas), con el que ahora nos
tienen entretenidos.
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