Ahora que las
enseñanzas de las lenguas clásicas están en peligro de desaparición (otra de
las wertiadas que se avecinan), me viene a la cabeza un pensamiento de Eduardo
Galeano sobre una palabra muy “española”. Recordar.
Recordar viene del latín re-cordis,
volver a pasar por el corazón. Y viene esto muy a cuento de la festividad
que hoy celebramos, más allá de cómo lo haga cada cual, de las connotaciones
religiosas o no que le queramos dar, e incluso, de los que han decidido sustituirla
por el muy anglosajón halloween.
Hay un “día de…” para
todo, y faltaría más que no lo hubiera para los recuerdos, para volver a pasar
por el corazón a todos los que dejaron huella en él y que siguen ahí, esperando
su día.
Nunca me ha gustado
visitar el cementerio en estas fechas, ni asistir al espectáculo de flores y
cirios, a la romería sin merienda ni música que se repite en cualquier lugar de
casi todos los países para honrar a los muertos. Tal vez es porque no creo que
ninguno de mis seres queridos que ya no están se encuentren ahí, bajo la
piedra.
No necesito un día para
recordar, para volver a pasarlos por mi corazón, porque tienen espacio propio
en él, y los visito y me visitan en mil ocasiones. Mientras leo, cuando hago la
comida, cuando paseo, en las noches de insomnio, en los momentos tristes y en
las alegrías, cuando dudo y cuando tengo certezas, cuando pregunto y cuando no
busco respuestas.
Los cementerios son
para los que no entienden la etimología del término “recordar” y necesitan el olor
a crisantemo y cera para despertar el corazón. Para escenificar el recuerdo.
Y todo esto, por
supuesto, respetando a quienes sienten profundamente que deben estar ahí cada
mes de noviembre. Y limpiar amorosamente la tumba, y colocar encima las flores
más lucidas.
El gitano Melquiades
volvió de entre los muertos porque se sentía muy solo. Tal vez nadie en Macondo
sabía latín para interpretar el verbo recordar.
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