Bueno, pues ya está. En
siete años de nada se ha aclarado la cosa. Ya hay dictamen y aquí paz, y
después gloria. Los matrimonios entre personas del mismo sexo son legales y
además, se pueden seguir llamando matrimonio, porque no van contra la
Constitución. Hala, a otra cosa.
Sólo se han necesitado
siete años. Poco más de media docena de sesudos juristas, reunidos en Macondo,
donde el tiempo es circular y a veces se detiene para volver atrás, han
decidido que las peras y las manzanas pueden convivir en la misma cesta sin
pudrirse, sin hacerse sombra, sin perjudicarse, sin que nadie se quede sin
fruta porque otros la coman.
Por el camino han
quedado las angustias de casi cincuenta mil personas, veinticinco mil parejas
de peras con peras y manzanas con manzanas, que durante más de dos mil
quinientos días han vivido con el corazón en un puño, con la rabia y la
impotencia de pensar que su amor, su proyecto de vida podría ser declarado inconstitucional.
Todavía habrá quien
piense que han sufrido poco, que merecían más por haber elegido la opción
equivocada. Pero creo que es una crueldad innecesaria. Supongo que los señores
magistrados tendrán mucho trabajo; tal vez crean que el recurso contra el
matrimonio entre personas del mismo sexo no fuera cuestión prioritaria; o no
hayan hecho suya la máxima de todo lo que es humano me compete. Y me duele.
O habrán trabajado al
ritmo de tango, “que veinte años no es nada”, y aun debamos estar agradecidos
porque nos han ahorrado trece. Bromas aparte, y aunque se haya impuesto la
cordura, aunque esta batalla la hayan ganado la libertad y el respeto, siete
años son demasiado. Hasta siete días lo hubieran sido en este tema concreto,
tan obvio, tan de justicia.
El tiempo sólo se
detiene en los libros, en el realismo mágico que permite volver atrás y saltar
hacia adelante con sólo pasar unas páginas. En Macondo, girando continuamente
hasta completar los cien años de soledad.
Pero en la vida real,
pasa. Y nos hace acumular miedos, recelos, desesperanzas, desilusiones, falta
de confianza en el sistema que ha perdido humanidad, que permite que ahora, en
el momento presente, sean precisas docenas de reuniones para acabar con los
dramáticos desahucios, o meses y meses para solucionar problemas sociales
acuciantes, cobro de prestaciones, valoraciones de dependencia, ayudas
sociales…
El siete, número
bíblico y mágico, está muy lejos de lo razonable y, sobre todo, de lo humano.
Hay otros recursos pendientes, contra la reforma laboral, por ejemplo, o contra
los recortes socialmente más injustos.
Tal vez conozcamos la respuesta así que
pasen siete años.
Con tu permiso lo comparto con los demás, además de compartirlo en todas su partes
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