Lleva unos días
asomando discretamente por los cristales de la ventana pidiendo paso, sin
atreverse a hacer mucho ruido. Sin significarse. Pero ahora está aquí, golpea
la puerta con contundencia, porque es su tiempo. Supongamos que abrimos la
puerta a diciembre. No podemos hacer otra cosa. Es su momento.
Supongamos también que, como siempre en el
Macondo perdido, diciembre trae la llave que permitirá abrir la puerta del
consumo. Centros comerciales a tope, anuncios de juguetes y perfumes, marisco
para aprovisionarse antes de las fechas clave, adelante sus compras navideñas o
“¿aún no ha pensado que cenará en Nochebuena?”. Supongamos que los turrones
vuelven a casa, y las muñecas ponen rumbo al portal; que Papa Noel abrillanta
el trineo y los Reyes enjaezan los camellos para el largo viaje. Y que se
desempolvan los discos de villancicos y salen del baúl espumillones y ese pino
de plástico que tanto adorna convenientemente cargado de bolas y luces.
Supongamos que, como
dice un chiste que circula por ahí, este año habrá blanca Navidad y no Navidad
sin blanca. Todo será como siempre.
Y supongamos que la
fiebre de las compras empieza con el mes, con el diciembre que amenaza con
tirar la puerta abajo si no le abrimos. Más de uno cerrará su casa con cuatro
candados para que no entre el nuevo mes. Para que sus luces de gas no alumbren
la oscuridad, a veces terapéutica, y para que el recuerdo no haga más difícil
enfrentarse a la realidad.
Tras los datos de la
caída del consumo que nos cuentan cada mes, que nos contaron ayer mismo, hay
caras y hay dramas. No hay lugar para el mes de las compras, de la alegría, de
la ropa interior roja o el brindis con champán (debería decir cava, pero estoy
intoxicada de Cataluña, sin tener nada contra ella). No veo en el horizonte la
estrella ni a ningún arcángel regocijado
que nos anuncie buenas nuevas.
Aureliano Segundo y
Petra Cotes, tras el diluvio, pasaban las noches haciendo y deshaciendo montoncitos
de monedas, quitando esto de aquí para ponerlo allá y sin embargo, “los ángeles
de la guarda se le dormían de cansancio mientras ponían y quitaban monedas tratando
de que siquiera les alcanzaran para vivir”.
Supongamos que es
diciembre en Macondo, y que los ángeles están alerta.
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