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jueves, 16 de agosto de 2012

Desde Macondo. PÍO, PÍO, QUE YO NO HE SIDO


      Me hierve la sangre, y echan chispas las teclas del ordenador cuando asisto al espectáculo del “pio pio, que yo no he sío”, mientras España se quema por los cuatro costados. Es patético ver a un ministro, a un consejero o a un presidente autonómico discutir de quién es la culpa de que los medios llegaran tarde, de que el bosque esté sucio o quién tiene la competencia en la lucha contra el fuego.Y además, es mezquino, cuando hablamos no sólo de tragedias medioambientales, sino de auténticos dramas humanos, con pérdidas de vida incluidas.  Somos ya muy mayores para el jueguecito ¿Se acuerdan? Uno sentado en el centro de un círculo y con los ojos vendados. Todos pellizcándole por turnos y el sufridor, teniendo que averiguar por las risas y la expresión de la cara, quién ha sido.
       Pío, Pío…
      Me da igual que el incendio lo haya provocado un rayo, o la chispas de un tractor o un excursionista estúpido que decide asar chuletas en pleno mes de agosto. Y me da exactamente lo mismo que los efectivos destinados a apagar el incendio sean brigadistas, forestales pagados por las Comunidades Autónomas o militares de la UME. Y que los hidroaviones vengan de Torrejón o haya que pedirlos a Marruecos.  Para eso están los políticos, para eso cobran. Para eso les pagamos, mejor dicho. Para que se coordinen y encuentren soluciones, no para que se tiren los trastos a la cabeza y jueguen al Pío Pío mientras las llamas avanzan.
     En lo que está sucediendo este verano tendrán mucho que ver las altas temperaturas y la sequía. Y el abandono de los montes, y la falta de animales que suplan la acción del hombre, y la avaricia de algunos, y la falta de conciencia. Es imposible evitar los incendios con estas condiciones, pero sí se pueden mantener los bosques más o menos limpios, y aumentar los cortafuegos y la vigilancia. Y la rapidez de respuesta ante el desastre.
     En siete meses, hasta principio de agosto, se han quemado 132.300 hectáreas. Treinta mil más que el “annus horríbilis” de los incendios, el 2005, y aún nos queda cuantificar el resto del año. Cinco meses. No quiero ni pensar en la cifra final.
      Soy de llanura, y por eso de que no hay nada más bello que lo que nunca he tenido, me duele profundamente ver los bosques ardiendo mientras los que tienen la solución en sus manos juegan al pio pío.
      Cuando los gitanos llevaron a Macondo una gigantesca lupa e hicieron arder un montón de hierba para hacer creer que era magia, José Arcadio Buendía se apresuró a comprar el invento para experimentar. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar.

      Y aprendió que con  el fuego no se juega.

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