Que no Cantares. Ni Proverbios. Más quisiera yo que parecerme a Don Antonio (Bueno es saber que los vasos sirven para beber, lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed). No, lo mío son simples contares, tan simples que no vienen ni en el Diccionario, donde está todo. Son cosas que pienso, y que quiero contar porque son tozudas, están ahí dando vueltas y vueltas hasta que salen al exterior... y ya está. Se desvanecen.
Soy una juntaletras primaria, elemental porque escribo como bebo o camino, o como respiro.... Como necesidad vital. No concibo la vida sin escribir, como no la concibo sin oxígeno o sin agua. Mientras escribo, aprendo, me entiendo (a veces), e intento entender lo que pasa y lo que me pasa. Sin más pretensiones, ni menos, porque nunca olvido que escribo en la arena, y que todo se lo lleva el viento.
Y me he pasado en la introducción. Vienen los Contares
El rotulador rojo
Hay días en que me levanto pensando enfrentarme a la vida con un rotulador rojo. Uno de esos grandes, con la punta gruesa cortada al bies, para que los trazos sean más precisos. De los que miraba con envidia de pequeña-eran carísimos-salir majestuosamente del plumier de alguna niña rica, y con miedo de la mano de la monja poniendo cruces en los exámenes.
Siempre quise tener uno de esos. Eran cilíndricos y blancos, con la capucha roja. Y si te lo prestaban, era por poco tiempo, "porque se secan". Y a veces, venían en una bolsa de plástico con un compañero negro y otro azul. Eso ya era para nota.
Pero a mi me gustaba el rojo. Pensaba en qué se sentiría escribiendo con eso, subrayando los cuadernos, rellenando los vestidos de las princesas en los dibujos, tachando con energía las preguntas mal contestadas.
Entonces no había chinos. Hoy, por un euro, puedes salir a la calle con tres rotuladores rojos, por lo menos.
Y te puedes desquitar. Enfrentarte al mundo, a la vida, bien armada, y empezar a tachar todo lo que está de más. Lo que sobra para aprobar el examen de una existencia razonablemente feliz.
domingo, 29 de abril de 2012
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