La Historia, real o ficticia, que nos han contado, está llena de diluvios. Aguaceros constantes como castigo, fin de época, toque de atención de los dioses, representación de la cólera divina… Desde Noé y mucho antes, ha llovido.
Llueve mientras escribo. Mansamente, sin
ruido. Nada que ver con el diluvio de Macondo, y nada que me mueva a buscar parejitas de animales para meter en el arca. Llueve como si no quisiera llover, recordándonos que la sequía es otra forma de
destrucción, y que los castigos cambian con los tiempos.
Llueve despacito para no molestar al polvo seco y rancio que cubre cielo y tierra y que se cuela en nuestras vidas furtivamente, por
debajo de las puertas, por las ventanas abiertas... Y lo impregna todo.
Escucho a un agricultor decir que faltan cuatro de cada cinco gotas precisas para salvar el campo; y a otro, que escudriñando las cabañuelas, sentencia, con la sabiduría en los genes, que lloverá en primavera, “pero lo perdido, perdido está”.
Y veo a los políticos, entre banderitas multicolores, afanarse en la última recta de campaña prometiendo imposibles. Como si no pasara nada. Como si hubiera un diluvio, mientras el Tajo permanece inmóvil y el Alberche intenta, con pasitos minúsculos, insuflarle vida.
No pasa nada. Tal vez, con la sobredosis de prepotencia que se mastica, piensen que tienen poder sobre los cielos y los dioses de la lluvia. Tal vez esperen al resultado de las elecciones para darnos a conocer su estrategia sobre la sequía. O confíen en el buen hacer de santos y vírgenes en procesión.
O no les importe nada. O les estamos importunando con tonterías, cuando tienen cosas más importantes que hacer.
Tal día como hoy, echo de menos a un Dios que abra los cielos durante cuarenta días y cuarenta noches, o cuatro años y once meses, como en Macondo, y haga desaparecer este mundo que ya no conocemos.
El trasvase sigue su curso. Los regantes no pueden regar, los que pueden solucionarlo, están levitando, muy por encima de la tierra reseca. La sequía se ha instalado también en mi cabeza, y no se me ocurre nada para traerlos de vuelta al suelo. Y ha salido el sol.
Ha dejado de llover.
jueves, 22 de marzo de 2012
miércoles, 14 de marzo de 2012
Desde Macondo. LA PESTE DEL OLVIDO
Tras la epidemia de insomnio, y como daño colateral, llegó la peste del olvido. Y es que en Macondo no se privaban de nada. Igual que en estas tierras de nuestros dolores.
Hay muchas cosas que nos quitan el sueño, que nos mantienen en una duermevela constante en la que es difícil separar realidad de ficción, vida de sueño. De esto no puede estar pasando, pero pasa. Son muchas cosas. Demasiadas. Tantas, que corremos serio peligro de contraer la peste del olvido y no recordar nunca más lo que estamos dejando de lado. O atrás para siempre.
Nos quitan el sueño Europa (Dios la confunda y Júpiter la vuelva a raptar), la crisis, la deuda, el déficit, el paro, la hipoteca y los recortes y los recortes. Pero en la vigilia, olvidamos términos como felicidad, confianza, futuro, bienestar, amigos, familia, vida…Tristemente olvidamos también Somalia, Chad, Mali o Burkina Faso, enterradas entre el hambre y la sed; Siria, las guerras, los niños soldado, el planeta en peligro, el agua que no llega. Están lejos, lejísimos en nuestra memoria. Miramos nuestro ombligo y olvidamos lo demás.
Tal vez sea el momento de inventar un sistema para atajar la peste del olvido. José Arcadio Buendía lo encontró. Etiquetó todos los objetos,
animales y plantas que constituían su entorno. Puso un letrero con “gallina”, otro con “cacerola”, con “pared”, con “silla”, con “mesa”. . Hasta uno con “Dios existe”. Escribió cientos de carteles… Hasta que se le olvidó leer.
Y en ese trance estamos. Los recuerdos se van difuminando y los carteles ya no sirven, porque estamos olvidando leer y hasta escribir. En Macondo, lugar mágico, Melquiades regreso de la muerte con un brebaje que acabó con la epidemia.
Aquí… No hay magia que valga. Estamos solos con nuestros olvidos y con nuestros recuerdos. Estamos obligados a recordar, porque olvidar es renunciar, y tiene que llegar el momento en que se cuente eso de “hubo una crisis”. En pasado. En el recuerdo.
Hay que traer al presente lo que se empeñan en enterrar en la desmemoria. Hubo derechos, y los recordamos; hubo solidaridad, y también la tenemos fresca. Y hubo esperanza, ganas de luchar, donde ahora solo nos quieren hacer leer el cartel de resignación.
Nadie va a venir con una poción mágica para curarnos de la peste del olvido. Debemos fabricarla nosotros mismos, y tenemos que hacerlo ya.
Aunque claro, con los recortes, está la ciencia para pocas investigaciones.
Hay muchas cosas que nos quitan el sueño, que nos mantienen en una duermevela constante en la que es difícil separar realidad de ficción, vida de sueño. De esto no puede estar pasando, pero pasa. Son muchas cosas. Demasiadas. Tantas, que corremos serio peligro de contraer la peste del olvido y no recordar nunca más lo que estamos dejando de lado. O atrás para siempre.
Nos quitan el sueño Europa (Dios la confunda y Júpiter la vuelva a raptar), la crisis, la deuda, el déficit, el paro, la hipoteca y los recortes y los recortes. Pero en la vigilia, olvidamos términos como felicidad, confianza, futuro, bienestar, amigos, familia, vida…Tristemente olvidamos también Somalia, Chad, Mali o Burkina Faso, enterradas entre el hambre y la sed; Siria, las guerras, los niños soldado, el planeta en peligro, el agua que no llega. Están lejos, lejísimos en nuestra memoria. Miramos nuestro ombligo y olvidamos lo demás.
Tal vez sea el momento de inventar un sistema para atajar la peste del olvido. José Arcadio Buendía lo encontró. Etiquetó todos los objetos,
animales y plantas que constituían su entorno. Puso un letrero con “gallina”, otro con “cacerola”, con “pared”, con “silla”, con “mesa”. . Hasta uno con “Dios existe”. Escribió cientos de carteles… Hasta que se le olvidó leer.
Y en ese trance estamos. Los recuerdos se van difuminando y los carteles ya no sirven, porque estamos olvidando leer y hasta escribir. En Macondo, lugar mágico, Melquiades regreso de la muerte con un brebaje que acabó con la epidemia.
Aquí… No hay magia que valga. Estamos solos con nuestros olvidos y con nuestros recuerdos. Estamos obligados a recordar, porque olvidar es renunciar, y tiene que llegar el momento en que se cuente eso de “hubo una crisis”. En pasado. En el recuerdo.
Hay que traer al presente lo que se empeñan en enterrar en la desmemoria. Hubo derechos, y los recordamos; hubo solidaridad, y también la tenemos fresca. Y hubo esperanza, ganas de luchar, donde ahora solo nos quieren hacer leer el cartel de resignación.
Nadie va a venir con una poción mágica para curarnos de la peste del olvido. Debemos fabricarla nosotros mismos, y tenemos que hacerlo ya.
Aunque claro, con los recortes, está la ciencia para pocas investigaciones.
jueves, 8 de marzo de 2012
Desde Macondo. COSAS (Y COSOS) DE MUJERES
Úrsula dirige con mano de hierro a siete generaciones de Buendías; la exuberante Petra cría conejos que se reproducen por millares; Fernanda del Carpio ocupa sus horas en tareas religiosas; Santa Sofía de la Piedad sólo existe en el momento preciso; la lánguida Eréndira cumple a la perfección su papel de prostituta, y su abuela desalmada amasa una fortuna para ella.Y Amaranta muere virgen, y Remedios asciende a los cielos tras haber llevado a la muerte a todo varón que la pretendiera. Es Macondo, y son mujeres. Con sus luces y sus sombras; en la calle o en la casa de paredes de cristal; bajo el diluvio o arrastradas por el viento rojo y seco, en la compañía bananera o rodeadas de mariposas amarillas. Hastiadas de sexo o inmaculadas; trabajadoras incansables o criadas entre algodones; autoritarias o sumisas. Felices o desgraciadas. Acompañadas a todas horas o eternamente solas.
Como cualquier hombre.Con sus cosas y en sus cosos, atendiendo a la definición de la Academia que nos indica que coso es una plaza, un sitio o un lugar cercado. El lugar que todos ocupamos. Nuestro sitio. El que en esta semana se disputan la Real Academia de la Lengua y las Guías de Lenguaje no sexista. Me fatigan estos debates. Durante estos días, he leído docenas de argumentos a favor y en contra. Mejor dicho, no argumentos, excesos, furiosas diatribas que no llevan a ninguna parte.Es obvio que el lenguaje es aún sexista, porque la sociedad también lo es. La lengua es algo vivo, y de eso dan fe las periódicas revisiones del Diccionario. Los términos varían con los tiempos, y el docto libro se ha llenado, desde que tengo memoria, de americanismos, anglicismos, tecnicismos y otros ismos.Todo es menos complicado de lo que parece. Cambiemos la sociedad, y las palabras cambiarán por si solas. Sin estridencias. Si zorra sigue siendo algo más que un animal, o el maltrato hacia la mujer se entiende como violencia dentro del hogar, no hacemos nada por mucha guía que se edite o por muchos sesudos estudios del académico de turno que nos vendan. La “a” y la “o” son sólo dos letras que se ponen al final de las palabras y que indican el género. No el sexo. Y que hay que utilizar como mandan los tiempos. Hoy es tiempo de celebrar, en mal momento, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. O desempleada.
Como cualquier hombre.
Como cualquier hombre.Con sus cosas y en sus cosos, atendiendo a la definición de la Academia que nos indica que coso es una plaza, un sitio o un lugar cercado. El lugar que todos ocupamos. Nuestro sitio. El que en esta semana se disputan la Real Academia de la Lengua y las Guías de Lenguaje no sexista. Me fatigan estos debates. Durante estos días, he leído docenas de argumentos a favor y en contra. Mejor dicho, no argumentos, excesos, furiosas diatribas que no llevan a ninguna parte.Es obvio que el lenguaje es aún sexista, porque la sociedad también lo es. La lengua es algo vivo, y de eso dan fe las periódicas revisiones del Diccionario. Los términos varían con los tiempos, y el docto libro se ha llenado, desde que tengo memoria, de americanismos, anglicismos, tecnicismos y otros ismos.Todo es menos complicado de lo que parece. Cambiemos la sociedad, y las palabras cambiarán por si solas. Sin estridencias. Si zorra sigue siendo algo más que un animal, o el maltrato hacia la mujer se entiende como violencia dentro del hogar, no hacemos nada por mucha guía que se edite o por muchos sesudos estudios del académico de turno que nos vendan. La “a” y la “o” son sólo dos letras que se ponen al final de las palabras y que indican el género. No el sexo. Y que hay que utilizar como mandan los tiempos. Hoy es tiempo de celebrar, en mal momento, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. O desempleada.
Como cualquier hombre.
miércoles, 7 de marzo de 2012
PALABRAS PARA VIVIR
Como tantas otras veces se preguntó qué hacía aquí. Dónde estaba. Un sordo rumor de fondo. Una luz fría, entre el blanco de la vida y el amarillento color del adiós ¿Estaba viva? No había brazos ni piernas en su cuerpo, ni párpados en sus ojos, ni saliva en su garganta ¿Eso era la muerte? No. Ahí seguía el puño cerrado en el estómago, el que precedía al miedo, el que auguraba un inmediato ataque de pánico.
Y como tantas otras veces en su vida, se dispuso a combatirlo. Despacio,
respirando, pensando con método y orden. Una vez más. El diccionario en su mente, abierto por la A y preparado para convertirse en la mejor arma contra la desesperanza. Contra el miedo.
Siempre la había liberado escribir, el poner negro sobre blanco su día a día, primero en cuadernos de letra apretada que guardaba celosamente en los cajones de la ropa interior; luego, en el archivo de ordenador que rezaba “Personal”. Más tarde, camuflado en carpetas de trabajo y con nombres impensables. Y después… En cualquier sitio.
Servilletas de papel, notas de la compra, facturas de la luz y hasta el reverso del papel con que él envolvía los inevitables regalos del día después.
De cada día después.
Pero hacía mucho tiempo que no tocaba un bolígrafo, ni acariciaba las teclas del ordenador. Demasiado riesgo. Los cajones y las carpetas, los archivos informáticos ya no eran lugares seguros para albergar los capítulos de su vida. Ni tan siquiera los momentos. Él había ganado una vez más.
Y entonces lo descubrió. Descubrió que un diccionario podía mantenerla amarrada a la vida, sujetarla en los vaivenes, sostenerla cuando estaba a punto de caer, convertirse en su anclaje más firme para seguir avanzando, para alcanzar la cima, aunque todo la empujara al abismo.
Letra a letra, descubriendo conceptos, inventando definiciones, tatuando en su mente cada idea y trasladando las palabras al estómago revuelto por el pánico.
Las palabras. El mejor ansiolítico.
Muchas veces, como hoy, inmóvil, a oscuras, esperando con esa opresión en el pecho, con la boca seca y los miembros rígidos, se obligaba a abrir el diccionario en su mente, y empezaba la liberación.
Con la A, el amor. Los amores, desde el chico pecoso de la escuela al novio del Instituto y al joven transgresor en la Universidad. Y también con la A, el de ahora. Con la B los besos, los que sabían a Nocilla y a ron de garrafa, y los besos rojos, con sangre en las encías y en el alma.
Con la C el corazón, ese músculo estúpido que iba por libre, sordo y mudo, sin escuchar ni atreverse a gritar. Partido mil veces y
equivocándose otras mil. Y abriéndose paso en el centro, los celos.
Y el dolor con la D. El de los golpes y el de la derrota. La esperanza seguía en la E, un tanto escondida, pero siempre pugnando por salir, por ponerse al comienzo de la página, a pesar
de las trabas.
La F de familia sí estaba escondida. Tal vez para siempre. La había borrado con tipex una joven orgullosa y prepotente, convencida de saber
llevar las riendas de su vida, de no necesitar a nadie. Y en ese epígrafe sólo figuraba fracaso…
La G de grito también se había ahogado en su garganta cuando comprendió que nadie la escuchaba, porque en su geografía sólo estaba la nada. La H de los hijos que no tuvo pedía paso en su mente. Quizá un hijo hubiera cambiado las cosas…Pero estaba hablado, nada de niños. Solos él y ella. Adán y Eva. Para
siempre.
H de hombre y de huérfana de todo lo demás. La I de ilusión también
estaba borrosa. Y por encima, tapándola, estaban otros conceptos. Inconsciente, imbécil, irresponsable. Todos los reproches para sí misma. La única culpable.
La J de juventud no era ninguna excusa. Jamás puede justificarse con los pocos años la locura, el sometimiento, la anulación, la dependencia, las excusas constantes, la parálisis permamente…y el regreso una y otra vez a los brazos que te golpean.
La K era siempre difícil. Sólo se le ocurría pensar en kilómetros. En cientos, en miles. En todos los que separaban el amor del odio, la tierra del cielo, su mundo, de todos los mundos posibles.
La L, la doble L, todas las eles del mundo, eran el llanto. El de lágrimas incesantes y el silencioso.
El que dejaba sus ojos enrojecidos e hinchados, y el que anegaba el corazón y la mente hasta dejarlos flotando en el limbo. El que angustiaba y el que liberaba.
La M, manos de miel y martillos a un tiempo. Caricias y golpes. Firmes y temblorosas, terroríficas cuando tamborileaban en el borde de la mesa, preludio siempre de la explosión.
Nadie, nada en la N. Yo misma.
Aún ahora, el odio no cabe en la O. Si acaso, el olvido… Tampoco cabe el perdón en la P. La P de puta, de palos, de perdona, de puedo cambiar, de promesas constantes.
En la Q, el quiero. Quiero tantas cosas…Hago listas interminables en mi cabeza. Quiero dejarle, quiero cambiar, quiero volver a trabajar, quiero querer.
Risa. La R siempre me lleva a risa, a esa que no suena en mis oídos, y que no sale de mi garganta desde hace… Y a recuerdos, y a rosas
envenenadas, pintadas con el color del amor, pero con el desprecio en las espinas. Y a retorno, ese que siempre intento emprender.
La soledad se ha adueñado de todas las páginas de la S. Una tras otra, siempre sola, siempre sola. Imponiéndose a los sueños, al silencio roto por los reproches, al sabor de la libertad, a la serenidad para pensar y decidir, al socorro que nunca pedí por un orgullo mal entendido.
El tiempo, en la T, se me escapa entre los dedos. Es cada vez más esquivo. Aparece y desaparece para recordarme que es ahora o nunca, que atrás quedó la juventud, que lo de la “espléndida madurez” es cosa de revistas del corazón. Y que aún estoy a tiempo.
En la U, donde antes rezaba único, ahora pone último. Último grito, último golpe, último insulto, último adiós. De verdad.
En la X, como siempre, la incógnita ¿Cómo he llegado a esto? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué sigo con él? ¿Cuándo me di cuenta de quién era X en realidad?
Yo, yo y siempre yo a partir de ahora. No hay más letras en la Y. Ni quiero buscarlas.
Zarpar, con la Z, o zanjar. Con viento fresco y sin volver la vista atrás. Emprender la travesía tras muchos años varada en la arena, pasando las hojas del diccionario imaginado.
Ya está…Se afloja la presión del puño en el estómago. Se aleja el ataque de pánico y llega la tranquilidad, como siempre tras pasar la última página. Podía oír las voces, y ver la luz, ahora blanca, pero siempre fría, como son las luces de hospital. Y sentía una mano amable sobre la frente, y un cosquilleo en los dedos de los pies, y un estremecimiento en el cuerpo, en cada moratón, en cada costilla rota, cada herida, cada golpe.
Sigo aquí. No he completado el diccionario. Busco angustiada la página que falta. Falta una letra.
Y la encuentro en la última página, descolocada pero firme, sola, valiente, como única protagonista
.
Es la V, de VIDA.
Y como tantas otras veces en su vida, se dispuso a combatirlo. Despacio,
respirando, pensando con método y orden. Una vez más. El diccionario en su mente, abierto por la A y preparado para convertirse en la mejor arma contra la desesperanza. Contra el miedo.
Siempre la había liberado escribir, el poner negro sobre blanco su día a día, primero en cuadernos de letra apretada que guardaba celosamente en los cajones de la ropa interior; luego, en el archivo de ordenador que rezaba “Personal”. Más tarde, camuflado en carpetas de trabajo y con nombres impensables. Y después… En cualquier sitio.
Servilletas de papel, notas de la compra, facturas de la luz y hasta el reverso del papel con que él envolvía los inevitables regalos del día después.
De cada día después.
Pero hacía mucho tiempo que no tocaba un bolígrafo, ni acariciaba las teclas del ordenador. Demasiado riesgo. Los cajones y las carpetas, los archivos informáticos ya no eran lugares seguros para albergar los capítulos de su vida. Ni tan siquiera los momentos. Él había ganado una vez más.
Y entonces lo descubrió. Descubrió que un diccionario podía mantenerla amarrada a la vida, sujetarla en los vaivenes, sostenerla cuando estaba a punto de caer, convertirse en su anclaje más firme para seguir avanzando, para alcanzar la cima, aunque todo la empujara al abismo.
Letra a letra, descubriendo conceptos, inventando definiciones, tatuando en su mente cada idea y trasladando las palabras al estómago revuelto por el pánico.
Las palabras. El mejor ansiolítico.
Muchas veces, como hoy, inmóvil, a oscuras, esperando con esa opresión en el pecho, con la boca seca y los miembros rígidos, se obligaba a abrir el diccionario en su mente, y empezaba la liberación.
Con la A, el amor. Los amores, desde el chico pecoso de la escuela al novio del Instituto y al joven transgresor en la Universidad. Y también con la A, el de ahora. Con la B los besos, los que sabían a Nocilla y a ron de garrafa, y los besos rojos, con sangre en las encías y en el alma.
Con la C el corazón, ese músculo estúpido que iba por libre, sordo y mudo, sin escuchar ni atreverse a gritar. Partido mil veces y
equivocándose otras mil. Y abriéndose paso en el centro, los celos.
Y el dolor con la D. El de los golpes y el de la derrota. La esperanza seguía en la E, un tanto escondida, pero siempre pugnando por salir, por ponerse al comienzo de la página, a pesar
de las trabas.
La F de familia sí estaba escondida. Tal vez para siempre. La había borrado con tipex una joven orgullosa y prepotente, convencida de saber
llevar las riendas de su vida, de no necesitar a nadie. Y en ese epígrafe sólo figuraba fracaso…
La G de grito también se había ahogado en su garganta cuando comprendió que nadie la escuchaba, porque en su geografía sólo estaba la nada. La H de los hijos que no tuvo pedía paso en su mente. Quizá un hijo hubiera cambiado las cosas…Pero estaba hablado, nada de niños. Solos él y ella. Adán y Eva. Para
siempre.
H de hombre y de huérfana de todo lo demás. La I de ilusión también
estaba borrosa. Y por encima, tapándola, estaban otros conceptos. Inconsciente, imbécil, irresponsable. Todos los reproches para sí misma. La única culpable.
La J de juventud no era ninguna excusa. Jamás puede justificarse con los pocos años la locura, el sometimiento, la anulación, la dependencia, las excusas constantes, la parálisis permamente…y el regreso una y otra vez a los brazos que te golpean.
La K era siempre difícil. Sólo se le ocurría pensar en kilómetros. En cientos, en miles. En todos los que separaban el amor del odio, la tierra del cielo, su mundo, de todos los mundos posibles.
La L, la doble L, todas las eles del mundo, eran el llanto. El de lágrimas incesantes y el silencioso.
El que dejaba sus ojos enrojecidos e hinchados, y el que anegaba el corazón y la mente hasta dejarlos flotando en el limbo. El que angustiaba y el que liberaba.
La M, manos de miel y martillos a un tiempo. Caricias y golpes. Firmes y temblorosas, terroríficas cuando tamborileaban en el borde de la mesa, preludio siempre de la explosión.
Nadie, nada en la N. Yo misma.
Aún ahora, el odio no cabe en la O. Si acaso, el olvido… Tampoco cabe el perdón en la P. La P de puta, de palos, de perdona, de puedo cambiar, de promesas constantes.
En la Q, el quiero. Quiero tantas cosas…Hago listas interminables en mi cabeza. Quiero dejarle, quiero cambiar, quiero volver a trabajar, quiero querer.
Risa. La R siempre me lleva a risa, a esa que no suena en mis oídos, y que no sale de mi garganta desde hace… Y a recuerdos, y a rosas
envenenadas, pintadas con el color del amor, pero con el desprecio en las espinas. Y a retorno, ese que siempre intento emprender.
La soledad se ha adueñado de todas las páginas de la S. Una tras otra, siempre sola, siempre sola. Imponiéndose a los sueños, al silencio roto por los reproches, al sabor de la libertad, a la serenidad para pensar y decidir, al socorro que nunca pedí por un orgullo mal entendido.
El tiempo, en la T, se me escapa entre los dedos. Es cada vez más esquivo. Aparece y desaparece para recordarme que es ahora o nunca, que atrás quedó la juventud, que lo de la “espléndida madurez” es cosa de revistas del corazón. Y que aún estoy a tiempo.
En la U, donde antes rezaba único, ahora pone último. Último grito, último golpe, último insulto, último adiós. De verdad.
En la X, como siempre, la incógnita ¿Cómo he llegado a esto? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué sigo con él? ¿Cuándo me di cuenta de quién era X en realidad?
Yo, yo y siempre yo a partir de ahora. No hay más letras en la Y. Ni quiero buscarlas.
Zarpar, con la Z, o zanjar. Con viento fresco y sin volver la vista atrás. Emprender la travesía tras muchos años varada en la arena, pasando las hojas del diccionario imaginado.
Ya está…Se afloja la presión del puño en el estómago. Se aleja el ataque de pánico y llega la tranquilidad, como siempre tras pasar la última página. Podía oír las voces, y ver la luz, ahora blanca, pero siempre fría, como son las luces de hospital. Y sentía una mano amable sobre la frente, y un cosquilleo en los dedos de los pies, y un estremecimiento en el cuerpo, en cada moratón, en cada costilla rota, cada herida, cada golpe.
Sigo aquí. No he completado el diccionario. Busco angustiada la página que falta. Falta una letra.
Y la encuentro en la última página, descolocada pero firme, sola, valiente, como única protagonista
.
Es la V, de VIDA.
jueves, 1 de marzo de 2012
PLAGAS BIBLICAS
Parece que todo se ha confabulado para no dejarme pasar plácidamente mis días en Macondo. Qué trajín. Me asomo al mundo y acabo en las alturas celestiales, en la Inglaterra victoriana, en las llanuras manchegas, en Laponia… Hasta en Talavera. Y hoy, los caprichos del pensamiento me llevan a Egipto, al de los faraones, Moisés y todo eso que se estudiaba en Historia Sagrada. Al que soportó las diez plagas bíblicas que envió un Dios iracundo y harto de que maltrataran al pueblo elegido.
Evidentemente, no somos pueblo elegido y, en cuando a la deidad airada, prefiero no pronunciarme. Pero sí voy a hablar de plagas, porque no puede llamarse de otra forma a lo que estamos sufriendo; y las tenemos casi todas.
Mi conocida torpeza me hace imposible decir sólo diez (no soy Dios, que pudo sintetizar y elegir las más dañinas). Puedo hablar de paro, de pobreza, de recesión, de crisis, de retrocesos, de pánico, de presente incierto, de futuro imperfecto, de hipotecas, de apatías, de desconfianza, de déficit (la más de moda), de abismos entre mundos, de hambrunas, de…
Y de remate, de sequía. Por ahí me ha venido la inspiración. Como en la canción de Machín, Mirando al Mar. Sólo que yo miraba al río. Y pensaba en las aguas rojas, viendo el color indefinido que nos muestran, mezcla de arena y porquería. Primera plaga. Luego las ranas. Llegarán, en cuanto se mueran todos los peces que se comen sus huevos. Y las moscas, atraídas por la podedumbre. El ganado, si no muerto, hace tiempo que está de capa caída. Los piojos y las pulgas, sexta plaga, acechan donde hay pobreza. En la séptima, las enfermedades, del cuerpo y del alma. Léase tristeza. El granizo, nos falta todavía. Llegará con las tormentas de verano. Y las langostas, que seguro cambiamos por mosquitos en este ambiente asfixiante. De las tinieblas, penúltima plaga, qué quieren que les cuente. Pregunten a Iberdrola o a la compañía de turno. O a los que no pueden pagar la luz. Llegamos a la décima, la muerte de los primogénitos. En una interpretación libre, la salida de miles de jóvenes a buscarse en otros países la vida que no encuentran en el suyo.
No sé qué hemos hecho para merecer semejante cabreo de los dioses, o de sus profetas en la Tierra, que han superado con creces el castigo impuesto a los malos malísimos habitantes del Nilo. Y lo peor, no veo el momento en que acabe la travesía del desierto y vea en el horizonte la Tierra Prometida.
Mi añorado Macondo.
Evidentemente, no somos pueblo elegido y, en cuando a la deidad airada, prefiero no pronunciarme. Pero sí voy a hablar de plagas, porque no puede llamarse de otra forma a lo que estamos sufriendo; y las tenemos casi todas.
Mi conocida torpeza me hace imposible decir sólo diez (no soy Dios, que pudo sintetizar y elegir las más dañinas). Puedo hablar de paro, de pobreza, de recesión, de crisis, de retrocesos, de pánico, de presente incierto, de futuro imperfecto, de hipotecas, de apatías, de desconfianza, de déficit (la más de moda), de abismos entre mundos, de hambrunas, de…
Y de remate, de sequía. Por ahí me ha venido la inspiración. Como en la canción de Machín, Mirando al Mar. Sólo que yo miraba al río. Y pensaba en las aguas rojas, viendo el color indefinido que nos muestran, mezcla de arena y porquería. Primera plaga. Luego las ranas. Llegarán, en cuanto se mueran todos los peces que se comen sus huevos. Y las moscas, atraídas por la podedumbre. El ganado, si no muerto, hace tiempo que está de capa caída. Los piojos y las pulgas, sexta plaga, acechan donde hay pobreza. En la séptima, las enfermedades, del cuerpo y del alma. Léase tristeza. El granizo, nos falta todavía. Llegará con las tormentas de verano. Y las langostas, que seguro cambiamos por mosquitos en este ambiente asfixiante. De las tinieblas, penúltima plaga, qué quieren que les cuente. Pregunten a Iberdrola o a la compañía de turno. O a los que no pueden pagar la luz. Llegamos a la décima, la muerte de los primogénitos. En una interpretación libre, la salida de miles de jóvenes a buscarse en otros países la vida que no encuentran en el suyo.
No sé qué hemos hecho para merecer semejante cabreo de los dioses, o de sus profetas en la Tierra, que han superado con creces el castigo impuesto a los malos malísimos habitantes del Nilo. Y lo peor, no veo el momento en que acabe la travesía del desierto y vea en el horizonte la Tierra Prometida.
Mi añorado Macondo.
lunes, 27 de febrero de 2012
VEINTE AÑOS NO ES NADA (Cuando nosotros éramos Talavera)
Podía haberlo titulado "Volver", que al fin y al cabo es como se llama el tango de Gardel. Pero no tengo claro que volvamos a ninguna parte. También podría haber utilizado esos versos que tanto me gustan, lo de la frente marchita y las nieves del tiempo plateando mi sien.
Pero como soy poco original, he optado por los veinte años, los que han pasado desde que "Nosotros Talavera" nació y murió en tiempo récord. Hemos tenido 19 años y doce meses (menos un día), para revisar lo que pasó, lo que supuso, los antecedentes y los resultados; para recaer, para renacer, para extinguir definitivamente la memoria, para reescribir la Historia.
Pero hoy es 27 de febrero de veinte años después, y aquí estamos. En tiempo presente, escribiendo de Nosotros Talavera, del futuro que no ha sido; del pasado, que sigue siendo el refugio.
Teníamos veinte años menos, y queríamos arreglar el mundo, nuestro pequeño mundo. Queríamos darnos un festín y nos conformamos con una frugal colación, que, andando los meses digerimos con alegría, esperando el plato principal, el que se fue a otra mesa y nos dejó el estómago insatisfecho.
Han pasado veinte años y nos hemos acostumbrado a mirar con envidia la mesa del vecino mientras comemos tristemente las migajas repasando en la memoria los cierres de los comercios echados (ahora también), la pancarta sostenida por manos variopintas, el paseo por la calle san Francisco y la mirada a los balcones de la Plaza del Pan. Y el "documento Bono", y la mini-Universidad, y la nueva UNED o el Mercado de Ganado, que vinieron después, y que auguraban el festín que nunca fue.
Hay episodios de la vida que se miran con alegría, y otros, que se recuerdan con infinita tristeza.
Y se vuelve al tango. "Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez".
Pero como soy poco original, he optado por los veinte años, los que han pasado desde que "Nosotros Talavera" nació y murió en tiempo récord. Hemos tenido 19 años y doce meses (menos un día), para revisar lo que pasó, lo que supuso, los antecedentes y los resultados; para recaer, para renacer, para extinguir definitivamente la memoria, para reescribir la Historia.
Pero hoy es 27 de febrero de veinte años después, y aquí estamos. En tiempo presente, escribiendo de Nosotros Talavera, del futuro que no ha sido; del pasado, que sigue siendo el refugio.
Teníamos veinte años menos, y queríamos arreglar el mundo, nuestro pequeño mundo. Queríamos darnos un festín y nos conformamos con una frugal colación, que, andando los meses digerimos con alegría, esperando el plato principal, el que se fue a otra mesa y nos dejó el estómago insatisfecho.
Han pasado veinte años y nos hemos acostumbrado a mirar con envidia la mesa del vecino mientras comemos tristemente las migajas repasando en la memoria los cierres de los comercios echados (ahora también), la pancarta sostenida por manos variopintas, el paseo por la calle san Francisco y la mirada a los balcones de la Plaza del Pan. Y el "documento Bono", y la mini-Universidad, y la nueva UNED o el Mercado de Ganado, que vinieron después, y que auguraban el festín que nunca fue.
Hay episodios de la vida que se miran con alegría, y otros, que se recuerdan con infinita tristeza.
Y se vuelve al tango. "Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez".
martes, 7 de febrero de 2012
LA PEQUEÑA DORRIT (Recordando a Dickens)
Podía hablar-hablaré-, de David Copperfield o de Oliveer Twist, o de Historia de dos Ciudades, que me encantó, o de Grandes Esperanzas o Tiempos Difíciles, pero Dickens, que nació tal día como hoy , siempre me suena a La pequeña Dorrit, a Amy, una niña de novela-resumen ilustrada (un libro blanco de tapas duras), que fue mi heroína por muchos años, y que aún hoy convive plácidamente en mis recuerdos con personajes más sesudos, más actuales o más creíbles.
Leí y releí las aventuras de esa niña obligada a ganarse el sustento, su vida en la cárcel, su ascenso a la riqueza y sus amores desgraciados, su fortaleza, su final feliz con boda incluída...
Y de su mano, encontré a David Copperfield, a los malvador Uriah Heep y a Scrooge, a Oliver Twist, al Pip de Grandes Esperanzas, y la temible vara de madera (tickler, no he olvidado el nombre, aunque no sé si se escribe así), con la que le azotaba su rígida hermana.
La pequeña Ami Dorrit me mostró todos los tipos humanos que pueden entenderse antes de llegar a la adolescencia. La bondad de los Pegotty, la inconsciencia de Dora, la maldad de los Murdstone, el drama de la pobre Nell, en Tienda de Antigüedades, y hasta el mundo convulso de la Revolución Francesa.
Me enseñó a solidarizarme con los desfavorecidos, a creer en los milagros (esto lo he perdido con los años), a maldecir la burocracia y la justicia, al servicio de los ricos, y magistralmente descrita en la denominada "Oficina del Circunloquio"...
Y así, personaje a personaje, saltando de casas victorianas a humildes chabolas, de harapos a maravillosos trajes de fiesta, de caballeros humanitarios a convictos generosos, de miseria a misteriosa fortuna, de padrastros malísimos a benefactores atormentados, de París a Londres, de la justicia a la injusticia más dolorosa, fui pasando (y aún paso de cuando en cuando), por el universo Dickens, tan vivo hoy, doscientos años después.
Y me pregunto dónde estará Amy Dorrit para guiarme en un nuevo descubrimiento de la vida.
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