La Historia, real o ficticia, que nos han contado, está llena de diluvios. Aguaceros constantes como castigo, fin de época, toque de atención de los dioses, representación de la cólera divina… Desde Noé y mucho antes, ha llovido.
Llueve mientras escribo. Mansamente, sin
ruido. Nada que ver con el diluvio de Macondo, y nada que me mueva a buscar parejitas de animales para meter en el arca. Llueve como si no quisiera llover, recordándonos que la sequía es otra forma de
destrucción, y que los castigos cambian con los tiempos.
Llueve despacito para no molestar al polvo seco y rancio que cubre cielo y tierra y que se cuela en nuestras vidas furtivamente, por
debajo de las puertas, por las ventanas abiertas... Y lo impregna todo.
Escucho a un agricultor decir que faltan cuatro de cada cinco gotas precisas para salvar el campo; y a otro, que escudriñando las cabañuelas, sentencia, con la sabiduría en los genes, que lloverá en primavera, “pero lo perdido, perdido está”.
Y veo a los políticos, entre banderitas multicolores, afanarse en la última recta de campaña prometiendo imposibles. Como si no pasara nada. Como si hubiera un diluvio, mientras el Tajo permanece inmóvil y el Alberche intenta, con pasitos minúsculos, insuflarle vida.
No pasa nada. Tal vez, con la sobredosis de prepotencia que se mastica, piensen que tienen poder sobre los cielos y los dioses de la lluvia. Tal vez esperen al resultado de las elecciones para darnos a conocer su estrategia sobre la sequía. O confíen en el buen hacer de santos y vírgenes en procesión.
O no les importe nada. O les estamos importunando con tonterías, cuando tienen cosas más importantes que hacer.
Tal día como hoy, echo de menos a un Dios que abra los cielos durante cuarenta días y cuarenta noches, o cuatro años y once meses, como en Macondo, y haga desaparecer este mundo que ya no conocemos.
El trasvase sigue su curso. Los regantes no pueden regar, los que pueden solucionarlo, están levitando, muy por encima de la tierra reseca. La sequía se ha instalado también en mi cabeza, y no se me ocurre nada para traerlos de vuelta al suelo. Y ha salido el sol.
Ha dejado de llover.
jueves, 22 de marzo de 2012
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