Soy de Letras. Sin
paliativos. Sin eso de, “bueno, me defiendo con los números”. Toda mi vida he
andado a vueltas con las multiplicaciones, las divisiones, y no digamos nada de
las raíces cuadradas y otras malvadas operaciones matemáticas que nunca supe
hacer medianamente bien y que aprendí de memoria para ir salvando exámenes
obligatorios. Y fui feliz cuando, mediada la educación secundaria, escuché el
ansiado:¿Ciencias o Letras?
Desde
ese momento, y hasta hora, mis encuentros con los números han sido llevaderos y
ocasionales. Ahora son insoportables y constantes. La vida no es un frenesí, ni
una farsa, ni una ficción. Todo en la vida es número y los números se han
merendado el alfabeto.
Somos
números en la lista del paro o en la de cotizantes; números recortables en la
Sanidad o la Educación, y “sumandos” en las de impuestos. Somos número al
contabilizar esos votos que nos encadenan por cuatro años (bueno, o por menos),
en el Producto Interior Bruto, en el índice de pobreza, en los euros por
habitante de la deuda pública, en las previsiones de desempleo, en el aumento
de la inflación subyacente o la interanual, en el cálculo de las pensiones, en
el precio de la salud, en el gasto de la enfermedad, en la desindixación, sea
lo que sea la palabreja…
Aún
no nos llaman por el número, como a los prisioneros en la cárcel o a los
humanoides de las películas galácticas, pero todo se andará. Cualquier día
descubriremos en nuestro buzón una carta dirigida al contribuyente 456.721, o
al ciudadano X-9.555.213. Así, sin letras, porque se van desdibujando
lentamente a favor de las cifras.
Este
sistema perverso está abandonando la calidez de las palabras en provecho de la
frialdad de los números, cambiando las frases por cantidades. La prótesis de
rodilla precisa para que un joven camine, se llama ahora 152. Euros, claro. Y
el letrero de “comedor” ha sido sustituido por el de 400. Euros, también. Y la
ayuda a la dependencia, se ha convertido en un montón de cifras. Y el abuelo no
es abuelo, es la cuantía de su pensión. Y la solidaridad es un número en
negativo, con el menos delante, y los niños con hambre no tienen nombre, son
una cifra monstruosa.
Hay
que volver a las palabras. Podemos aprovechar la Navidad, aunque ésta también
tiene un montón de números. Es necesario y es urgente. Como en Macondo, cuando
la peste del olvido, debemos apresurarnos a etiquetar todas las cosas para que
no se pierdan sus nombres, engullidos por una montaña de números.
No
hay guarismo cuya belleza pueda igualarse a los términos justicia, o igualdad,
o amor, o conciencia, o solidaridad. Y no podemos permitir que los números
acaben invadiendo nuestro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario