No
sé si hay mucha gente que se haya leído la Constitución de principio a fin. Si
acaso, para preparar una oposición y poco más. Claro, que siempre está el
recurso de acudir a san Google, que lo tiene todo, y así, de paso, nos
enteramos de qué dicen otros textos de países de nuestro entorno o de mucho más
allá.
Hace
tiempo, y mientras buscaba ideas para preparar un trabajo, me topé con una
herramienta lanzada por un famoso buscador en Internet. “Constitute” se llama,
y es ni más ni menos que un comparador de las casi doscientas Constituciones en
vigor a lo ancho y largo de la geografía mundial. Muy curioso. Agrupadas en
treinta temas, se nos muestran las diferencias y similitudes en derechos y
deberes. Del Gobierno y de los ciudadanos, por supuesto.
Algunas
datan de hace pocos años, otras, de principio de siglo, muchas de mediados del
pasado siglo, después de la guerra mundial y de los movimientos independentistas.
Todas hablan de libertad, de derecho a la educación, al trabajo, a la vivienda,
a la sanidad, a la Justicia, a la libre expresión, a la paz, al bienestar de
todos, con especial incidencia en los más desfavorecidos, léase ancianos y
niños…
Alguna
va más allá y habla de derecho a la felicidad. E incluso, como en el caso de
Bután, establecen el FIB, índice de felicidad bruto como un medidor de la
situación de sus ciudadanos. También aquí, en la Constitución salida de las
Cortes de Cádiz, la famosa “Pepa” de 1812, un artículo decía “El objeto
del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad
política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. Ya veis, cualquiera tiempo pasado sí fue
mejor.
Sobre
el papel, nuestra Carta Magna resiste cualquier comparación. Y hasta queda en
buen lugar. Desafortunadamente, cualquier parecido con la realidad actual es
mera coincidencia. Sabemos a lo que tenemos derecho y dónde lo pone. Nada más.
Por
eso no me interesa demasiado el debate sobre la reforma de la Constitución del
78, que conmemoramos estos días. Que si para solucionar el problema catalán,
que si para “arreglar” el tema de la Corona, para delimitar las funciones del
heredero…Por no hablar de que la Ley de leyes perdió para mí todo su carácter
de sacrosanta, su aureola de marco perfecto para la convivencia, cuando fue
modificada, con agosticidad y alevosía tras una llamada de Merkel para
establecer el maldito techo de déficit que Dios confunda.
Sería
preciso un comparador sobre el grado de cumplimiento, no sobre el texto, sobre el papel que lo
aguanta todo. Y mucho que temo que en ese análisis, el de la realidad, habría
pocas diferencias entre los países.
Cuando
el coronel Buendía se retiró a Macondo, tras participar en 32 guerras y
constatar que no se luchaba por las ideas, sino por el poder, dijo eso de que
la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros iban a
misa de cinco y los otros, a la de ocho. La única comparación posible.
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