Van
a tener mucho trabajo los fantasmas de la Navidad. Su tarea aumenta a medida
que decrece la de los Reyes Magos o Papá Noel. En estos días de fiesta
obligatoria, de alegría casi por decreto y de sensibilidades a flor de piel,
por mandato o por costumbre, me pregunto cómo hubiera sido la Canción de
Navidad de mi admirado Dickens si tuviera que escribirla ahora, doscientos años
después. Y desde el humilde conocimiento que me proporciona el haber leído toda
su obra puedo asegurar que el cuento sería muy parecido, que no faltan pobres,
ni malvados sin escrúpulos, ni miseria ni explotación o abusos.
Se mantendrían la estructura, y los personajes. Y el
fondo de la Historia. Scrooge seguiría siendo el viejo malvado y sórdido, avaro
e insensible. Tal vez ahora, en tiempo presente, tuviera una cuenta en Suiza,
no pagara impuestos y hasta cobrara en sobres. Por supuesto, explotaría al
pobre escribiente y le pagaría en B, o le haría un contrato de cuatro horas
para un trabajo de doce. Seguro que pensaría que se merecía pasar angustias por
haber vivido por encima de sus posibilidades. Y hasta se permitiría despedirlo
sin indemnización alguna, que para eso lo amparaba la ley.
El Scrooge de nuestro siglo mandaría al cuerno con
cajas destempladas al fantasma de las Navidades pasadas. Y se reiría del pobre
enviado del más allá empeñado en enseñarle el presente, el frío, el hambre, la
pobreza, la miseria, reunidos en torno al hogar familiar. Si acaso, sacaría
pecho diciendo que, gracias a él, las familias se habían convertido en ONG’s,
compartiendo los escasos recursos de que disponían.
Lo que más claro tengo es que el cuento no
terminaría igual. La Canción de Navidad no sonaría dulce y alegre en las
últimas páginas. El fantasma de las navidades del futuro se iría con el rabo
entre las piernas, sin conseguir ablandar el corazón del malvado Ebenezer
Scrooge, endurecido de tanto tratar con mercados sin entrañas. Igual hasta
acababa sentenciado por la Ley Mordaza, por hablar de más y, sobre todo, por
hacerlo a favor de los necesitados.
Los nuevos protagonistas del cuento, los scrooges de
nuestros días, tienen claro que han
ganado y que no hay escrúpulos que valgan. Que así es el mundo y así son las
navidades. Que siempre ha habido ricos y pobres (ahora más), y el resto son
ñoñerías. Que el pueblo está para hacer sacrificios y los ricos, para
cobrarlos.
Y que no les vengan con cuentos. No sé si Dickens,
el gran novelista de lo social, hubiera tirado la toalla al saber que todas sus
historias con final feliz deberían ser reescritas, que no se puede ablandar una
piedra, que es imposible conectar las distintas capas sociales y que no hay tregua
ni siquiera en Navidad. Por muchos fantasmas que les envíen.
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