Y heme aquí,
ahora, especulando entre sorbo y sorbo de café si fulanito elegirá una prisión
de su Comunidad, si menganita tendrá privilegios por entrar en tal otra, si una
es más nueva, si en la de más allá hay talleres y hasta coro…Como tantas otras cosas
anormales, hablar de cárceles ha entrado en nuestra normalidad. Y especulamos
con que si una prepara un concierto de navidad o el otro (Fabra), aprovechará
para escribir sus memorias.
No es mal negocio. Unos y otros pasan por la cárcel
de su elección (la más nueva, la más bonita, la más próxima a su domicilio, la
menos masificada) para pasar unos meses, un par de años en el peor de los
casos, y salen igual de ricos y más famosos que cuando entraron. Porque la verdadera pena, la de devolver lo
que han robado, se sustituye con una corta temporadita en una jaula dorada. Con
el oro a buen recaudo.
Nunca he tenido salero para robar nada, ni un
chicle, ni una goma de borrar o un par de calcetines en unos grandes almacenes.
Mucho menos para otras cosas que me permitieran entrar en prisión, pero creo
que seríamos muchos los que daríamos un par de años de vida por asegurarnos la
jubilación, que es lo que les espera a tanto preso/a ilustre como estamos
viendo en estos días.
Y encima con libro bajo el brazo, que será best
seller, porque a frikis no nos gana nadie. Así, de pasada, se me ocurren una
docena de libros escritos entre rejas (y en peores condiciones, sin duda), que
han pasado a la posteridad y lo han hecho en mayúsculas. Cervantes escribió el
Quijote en la cárcel de Argamasilla; y Oscar Wilde parió su estremecedora De
Profundis mientras sufría los rigores de prisión; Marco Polo desgranó sus
viajes esperando la libertad, y los demonios de César Vallejo le dictaron
Trilce en un injusto arresto; Fidel Castro dio forma a La Historia me absolverá
mientras esperaba juicio encarcelado y las sombras de la celda inspiraron al
Marqués de Sade para escribir Justine. Hasta Hitler encontró inspiración para
su Mein Kampf. Dejo para el final el Cancionero y Romancero de Ausencias de
Miguel Hernández, sus Nanas de la Cebolla, sus Tres heridas, sus tristes
guerras, tristes armas si no son las palabras, porque él no salió nunca de la
cárcel.
No nos bastan las jaulas de rejas frágiles y
doradas. A estas alturas, no es suficiente. Queremos el oro y después, que
escriban lo que quieran y vendan lo que puedan.
Su libro nunca se escribirá en mayúsculas entre la
buena literatura que ha salido de una cárcel.
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