En
estos tiempos del cólera, en los que se piensa con la cartera más que con la
cabeza, y el corazón es tan sólo la bomba que permite mantener la renqueante
maquinaria de la vida, es bueno acudir de cuando en cuando al diccionario, que
guarda como un tesoro los conceptos que un día tuvieron sentido, y que a menudo
pone las cosas en su sitio. Lo decía Machado, Don Antonio: “Sólo los necios
confunden el valor con el precio”. Y hay tanto necio…
Valor
es el grado de utilidad de las cosas para satisfacer nuestras necesidades o proporcionar
bienestar y deleite. Precio, es el aspecto pecuniario de lo anterior, la
traducción a euros. Pero hay cosas que son intraducibles. No se puede traducir
a monedas el vello erizado en un concierto, ni las mil sensaciones que produce
la lectura, ni el estremecimiento ante una obra de arte, ni el placer de una
obra de teatro, o el viaje en el tiempo ante murallas, catedrales o castillos.
Son
todo valor. Sin precio. Miles de personas han salido a la calle en Madrid-ojalá
lo hubiéramos hecho en todo el país-para reivindicar la Cultura. Qué triste
tener que unir estos dos términos, reivindicación y cultura. Más triste aún
escuchar que lo primero es comer. O contraponer comida a lectura, a música, a circo
o a cine.
Sé
que es un tópico hablar del alimento del alma, pero bienvenido sea si sirve
para explicar que no se puede utilizar la crisis para confundir valor y precio;
que hay cosas que no pueden pagarse con monedas, que son vitaminas para el
espíritu, y que la carencia de vitaminas produce enfermedades graves.
Produce
escalofríos oír hablar, día tras día, de deuda, de déficit, de mercados, de
balanzas. El mundo se ha reducido a una gigantesca cartera en la que sólo hay sitio
para el precio. Sin valor que valga. Sin tonterías que no dan de comer y encima
cuestan dinero. Sin Plataformas por la Cultura, que son gente de mal vivir.
Creo que fue Goebbels quien dijo eso de que “cuando oigo la palabra cultura,
amartillo la pistola”.
Ahora,
sin pistolas, se echan mano a la cartera. Mientras, se caen los lienzos de muralla,
languidecen los museos cerrados, gritan en silencio las orquestas
defenestradas, y las escuelas de música, y bajan el telón decenas de teatros
cada mes. Los libros, esperan impacientes a esos hermanos que nunca llegan. Las
novedades son caras.
Cambio
de poeta, que no de tema. Medio pan y un libro. Idea central del discurso de
Lorca en la inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, a comienzos de los
años treinta: “Si tuviera hambre y estuviera desvalido, no pediría un pan,
pediría medio pan y un libro. Bien está que todos los hombres coman, pero que
todos los hombres sepan.”
.
Y
que nadie confunda el valor con el precio.
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