A todos los sabios
les da por lo mismo. O igual es sólo a los que elige el Gobierno, en su
infinita sabiduría. Pero es oir eso de “está en manos de un comité de sabios” y
echarme a temblar. Manos a la cartera y a cubierto los derechos elementales, la
sanidad, las pensiones, el aborto, la educación, la reforma que dejará sin
sentido a los Ayuntamientos, la justicia… Y ahora, los impuestos.
Sabios para todo.
Listos, diría yo, en la peor acepción del término, porque algo sacarán de
prestar su “sabiduría” para hacernos la puñeta. Tal vez sea altruismo puro y
duro, pero permitidme que lo dude. Insisto, no me cabe en la cabeza que a todos
los sabios les dé por lo mismo.
Ay, dónde se han
quedado los Siete Sabios de Grecia, ya sabéis, Tales de Mileto, Solón de
Atenas, Quilón de Esparta, Periandro de Corinto y alguno más que antes me sabía
de corrido, pero que he olvidado. Los de ahora son distintos, y son más, muchos
más. Un montón de sabios. Comités o grupos de expertos, los llaman. Todos los hemos
visto. Reunidos alrededor de una larga mesa; con traje y corbata y pulcras
carpetitas delante de ellos.
Y entre tanto
listo, ni un solo pobre, un desahuciado,
o a un padre que no puede pagar la matrícula de sus hijos, o a un abuelo que sobrevive
con 400€ de pensión, o a una mujer que no quiere traer al mundo a un ser para
que sufra, o a un parado, o a un alumno excelente que tiene que emigrar. O
simplemente, a un ciudadano de sueldo recortado a quien le pone los pelos de punta
cada nuevo dictamen de los sabios.
Los sabios, como
los políticos, no están en nuestra dimensión. Como los ángeles, no tienen
cuerpo material, no comen ni duermen, no lloran, no despotrican, no se
desesperan. Sólo piensan. Y nada bueno.
No saben nada de
la sabiduría popular, de la “ingeniería” precisa para poner cada día un plato
de comida en la mesa, para estirar hasta lo indecible la pensión, para pasar el
invierno sin bajas por pulmonía, para sonreir cuando la cabeza y el corazón
mandan lo contrario.
Los sabios han presentado
su proyecto de reforma fiscal. Un sesudo documento plagado de términos
ininteligibles para la gente de a pie. De tramos de IRPF, de bajo esto y subo
lo otro, de elimino no se qué a las sociedades y pongo no sé cuánto a los
autónomos. Y subo el IVA. Para todos. Vamos, que las galletas o el pollo
costarán lo mismo a un parado que a un millonario. Todo muy justo. Duro y a las
mismas cabezas de siempre.
Y es que a todos
los sabios les da por lo mismo. Un siglo y muchas generaciones necesitaron los
Buendía para descifrar los pergaminos del gitano Melquiades, un hombre del
pueblo. Y total, para descubrir que tras cien años de soledad no había ninguna
oportunidad sobre la Tierra.
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