Nunca las arenas que me acogen han estado tan húmedas, y no es que haya llovido en el desierto, qué va, es que me he vuelto de lágrima fácil, no sé si por la edad o si será algún gen de mi abuela maría, a la que siempre recuerdo enjugándose los ojos llorosos con el pico del pañuelo.
El caso es que como ha puesto de manifiesto Eusebio en su Digital de Castilla-La Mancha, o Leticia en el face y otros tantos en conversaciones privadas, llore, lloré y lloré. Y lloro al recordarlo.
Fue una sorpresa, sí. Las malas artes de Carmen y Blanca dieron resultado. Vaya usted a saber qué encantamientos utilizarían para mantener con el pico cerrado a varias decenas de trabajadores de los medios de comunicación. Vamos, que me río yo de los misterios del Cuarto Milenio.
Pero esto no va de risas ni de llantos. Ni tan siquiera de sorpresas, a pesar del título. Va de agradecimiento, de cariño, de compañerismo, de solidaridad y de amistad. De todos estos conceptos que alguna vez creí perdidos en los avatares de la vida, y que de pronto te encuentras al torcer una esquina, al llegar a una encrucijada en la que no sabes qué dirección tomar.
El rato (muy largo, afortunadamente), que he compartido esta semana con mis amigos y compañeros de los medios de comunicación no se puede describir facilmente, ni tan siquiera echando mano de los tópicos al uso, tales como uno de los mejores momentos de mi vida, la sorpresa más agradable...
Me faltaron palabras y me sobraron lágrimas, justo lo que nadie hubiera pensado de mi, Ni siquiera yo. Estaban todos, los que empezaron conmigo hace un cuarto de siglo; los que llegaron después, cuando aún éramos pocos, los que no me conocieron en las trincheras de la prensa, y sí en el Ayuntamiento, los que se llevaron mis broncas (cariñosas siempre), y los que crié a mis pechos, que diría Peña; los fotógrafos y cámaras, que tanta sangre me han consumido a veces, y que nunca me han hecho demasiado caso, los chicos y las chicas de la radio, con los que me he levantado y acostado los últimos 25 años; y Manolo, mi otro "padre". Y Quique Ginestal, de quien me acordé toda la noche, y que sin duda me hubiera pintado un laurel y una sonrisa en la cara con sus ripios.
Estaban hasta los que no estaban por razones varias, pero hicieron notar su presencia y su cariño en forma de sentidos mensajes, algunos escritos con dificultades manifiestas, por aquello de que la vista ya no es lo que era ¿Verdad Gustavo Adolfo?
No pude daros las gracias como hubiera querido, por culpa del dichoso gen de mi abuela María, y aún ahora, cuando sigo humedeciendo la arena en la que escribo, me faltan palabras.
En fin, seguro que con un ejemplo gráfico lo entenderéis. Es más fácil contar los granos de arena del desierto que habito que plasmar en unas pocas líneas el afecto y el agradecimiento por una sorpresa maravillosa que me sorprenderá cada día del resto de mi vida. Gracias.
PD. No he olvidado a Vicky Fernández-Salinero y a su cariñosa columna en La Tribuna. He dudado si meterla en la segunda parte de la sorpresa (aún por escribir), por aquello de que mi amistad con ella se fraguó en el Ayuntamiento. Pero ha pesado más su parte de plumilla, aunque esto no la excluya de la segunda entrega.
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