No ha pasado ligera la maldita primavera, como dice una canción de verano. Para nada. Ha sido insoportablemente lenta, furiosa, inclemente, extraña en todo, cruel y larga, llena de fenómenos adversos, de situaciones insólitas, de terremotos, inundaciones, de cambios dudosos, de...
Le va a costar al verano con las hogueras de San Juan, las fiestas del solsticio, la promesa de playa y las verbenas de pueblo, borrar esta aciaga primavera que ha barrido con tantas cosas. Y a otros, a los que tenemos buena memoria, también nos va a costar olvidarla.
De un plumazo se han caído todos los tópicos primaverales, el buen tiempo, los días largos, las flores, el olor a tierra mojada, las terrazas y los largos paseos al atardecer. Sólo quedan imágenes de terror en Lorca, de plazas abarrotadas, de indignados buscando caminos abiertos y de banqueros cerrándolos, de Europa errante y errática, de políticos desconcertados, de incógnitas y de futuro imperfecto. Hasta de luna eclipsada.
Y eso no lo cambia un verano, ni aunque apelemos a las brujas de la Noche de San Juan y saltemos siete veces la hoguera.
Se va la primavera en cuestión de unas horas, y no seré yo quien maldiga al verano. Por si acaso.
La arena, que amenaza con engullirme totalmente, me ha permitido sacar la mano para escribir, y se lo agradezco. Llega el verano, la perpetua estación del desierto que habito, y tal vez entonces pueda borrar la primavera.
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