A este paso, vamos a
tener que crear una Academia de la Lengua paralela para que nuestros
gobernantes tengan su sillón, en mayúsculas o minúsculas, editen su propio
diccionario y hasta su manual de estilo. Hay que ver qué manía les ha dado por
pervertir el lenguaje, por cambiar el significado de los términos, por llevar
las definiciones a su terreno, sin preocuparse de echar un vistazo a los textos
oficiales. Y reales.
Tengo ya una amplia lista de
“palabros” del llamado neolenguaje liberal, pero no hay día en que no tenga que
apuntar alguna más. Cuando ya son de uso
común (a la fuerza ahorcan), cosas como crecimiento negativo para decir que
vamos p’atrás, o reformas por
recorte, o aumento del empleo en lugar
de precariedad, o sostenimiento del estado de bienestar para hablar de menos
médicos y hachazos a los dependientes, o “no rescate” hemos entregado miles de
millones a los bancos, deciden que aún pueden seguir atentando contra la
semántica, y destrozando palabras muy dignas que siempre han significado lo
mismo. Hasta ahora.
Vamos con la “regeneración”.
Debería haber un mandamiento, el 11, que prohibiera pronunciar determinados
términos en vano. Bajo pena de infierno. Regenerar,
según el diccionario de verdad, el de la Real Academia, es “dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo o mejorarlo”. Y
regeneración es la “reconstrucción que
hace un organismo vivo de sus partes
perdidas o dañadas”. Bien dañada, y perdida, tenemos la democracia.
Y eso no se arregla con un lifting
de urgencia a cuatro días de las elecciones. Mucho menos con una capa de
maquillaje, por espeso que sea. Prometer
que se va a reducir hasta el infinito y más allá el número de aforados,
sabiendo que hacen falta meses, cuando no años, cambios en la sacrosanta
Constitución y en los estatutos de autonomía, es pronunciar en vano el término
regeneración.
Hablar de una reforma de la ley
electoral que sólo les beneficia a ellos y con la que nadie está de acuerdo,
también es pecado capital. Hablar de cambiar los criterios sobre indultos,
cuando han perdonado delitos imposibles, también merece el infierno. Y hacer
todo esto por sus narices, saltándose leyes, consensos, acuerdos y voluntades,
más todavía.
Les han entrado las prisas de
última hora, el arreón del vago, pero no se puede regenerar nada cuando has
amputado previamente los miembros. Desde la desigualdad, la prepotencia, las
leyes aprobadas por decreto y porque yo lo valgo, la pobreza creciente, las
injusticias, la ley mordaza, la reforma laboral para ricos, el aforamiento
exprés de la familia real hace cuatro días y unos cuantos ejemplos más que no
me caben, no se puede hablar de regeneración y pretender que sea palabra de
Dios.
Dar una manita de pintura a lo
que está más negro que los pies de Cristo no es solución. Será lo que, ya que
estoy con temas religiosos, Jesús llamó
"sepulcros blanqueados"
aparentemente limpios pero podridos por
dentro.
Aunque lo llamen regeneración.
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