No tengo yo el tono muy
claro. Sé que es una mezcla de violeta, rojo oscuro, morado… En fin, el color
púrpura, que tampoco aparece mucho en las colecciones de moda, ni siquiera en
las de otoño-invierno. También me consta que la púrpura pesa y, sobre todo, que
tiene peso.
Es el color de los más
altos dignatarios de la Iglesia, cardenales y obispos que aspiran a serlo, y
sólo tienen por encima el blanco luminoso del Papa, que está por encima del
bien y del mal.
He leído por alguna
parte que el color púrpura siempre se ha asociado al poder por lo costoso que
en la antigüedad era conseguir el tinte, sacado al parecer de un raro caracol
difícil de conseguir. Desde muchos siglos antes de Cristo, la ropa púrpura se
reservaba a altos dignatarios. Incluso se castigaba a quien osase vestirla sin
tener el rango adecuado. El color de los poderosos.
Y así seguimos. Ahora,
a cuenta de la reforma de la Ley del Aborto. Los purpurados ya han dejado oír
su voz. Hay que cumplir las promesas electorales, y ésta era una. Curioso que
no hayan dicho nada de las subidas del IVA, de la no rebaja de impuestos, del
no rebasar las “líneas rojas” de la educación y la sanidad, de cargarse la
atención a dependientes… Todo promesas electorales también, pero al parecer sin
peso suficiente como para sacar a relucir el peso de su color.
Se va a incumplir una
promesa electoral, y se ha armado el Belén. Ahora llegará el llanto y crujir de dientes. No sé si podré
soportar otra vez las imágenes de obispos, curas y monjas, y unas docenas de
familias numerosas, detrás de las pancartas. Que además de pintoresco y
anacrónico, es muy fuerte.
No sé si va a pesar más
la púrpura que los votos. Menudo dilema tiene el Gobierno católico, apostólico
y romano, justo cuando está negociando que el Papa venga a presidir los fastos
por Santa Teresa. Y a pocos meses de unas elecciones, que es lo que cuenta
porque, como ya he relatado más arriba, los purpurados no son tantos, aunque
conduzcan su rebaño con maestría y hagan mucho ruido.
Seguro que no es éste
el color del otoño que Rajoy y sus chicos hubieran elegido. Ellos siguen
empeñados en el verde de los brotes, y se les cuela el morado cardenal en los
desfiles. Siento curiosidad por saber cómo están viendo el tema desde otros
países, en los que el peso de la púrpura es el que tiene que ser. Por
Constitución.
Yo me quedo con el cura
de Macondo, el padre Nicanor, que tenía el don de la levitación e iba de casa
en casa ofreciendo su espectáculo para recaudar fondos. Mucho más normal, dónde
va a parar. Y no vestía de púrpura.
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