Viendo las empalagosas imágenes de Merkel y Rajoy en su romántico encuentro veraniego me ha venido a la cabeza, vaya usted a saber porqué, la exitosa y genial serie británica “Arriba y Abajo”, que narra las relaciones, la vida y miserias de los habitantes de una casa, el 165 de Eaton Place, en la que, como mandaban los cánones, vivían los ricos-en la planta noble-y el servicio, en el sótano.
La
serie está ambientada en las primeras décadas del Siglo XX. Es la época de la
lucha por el voto femenino, la I Guerra Mundial, el hundimiento de la bolsa de
Nueva York de 1929 o las primeras huelgas de trabajadores, acontecimientos que
afectan tanto a los aristocráticos dueños de la casa como al último de los
sirvientes, pero no en la misma medida. De ahí la comparación con lo acaecido
este fin de semana en Galicia, ante la atenta mirada del apóstol Santiago.
En
la casa habitaban Lady Marjorie, aristócrata y rica de cuna, con su esposo, un
político descendiente en exceso del dinero y las influencias de su esposa. Y
los demás. Un mayordomo estirado y servil, cocineras, lacayos, doncellas,
sirvientes…A partir de ahí, y durante varias temporadas, la trama nos va
contando cómo se ve la vida en una y otra planta.
Y
no es lo mismo. Dónde va a parar. Igualito es recetar recortes que sufrirlos en
carne propia; o hablar de brotes verdes cuando tú y los tuyos os los habéis
comido todos. Nada que ver los miles de euros de sueldo con los poco más de 600
del salario mínimo o los 400 del subsidio. O los 0,0 de quienes han agotado la
prestación.
No
se ve la vida igual desde el jardín principal que desde el húmedo sótano, donde no hay luz ni mucho menos
horizonte. Ni lugar para posar sonriendo, encantados de haberse conocido.
España
se ha convertido en un gigantesco “Arriba y Abajo”. Los millonarios ocupan
desahogadamente la planta principal mientras que en el nivel más bajo no cabe
un alfiler. Y tenemos que servirlos sin protestar, el doble de horas, con la
cuarta parte de sueldo y, si me apuras, dándonos de alta como autónomos para
que ellos no tengan gastos. Para que todo sean beneficios.
En
los capítulos finales de la serie, el mundo empieza a cambiar. Al pobre
mayordomo, convencido de que ha nacido para servir, le cuesta trabajo mantener
la disciplina sin hablar de sueldos, de jornadas o de días libres. E intenta
desesperadamente que los sirvientes, los habitantes de “abajo”, no se contagien
de los movimientos obreros y las huelgas en la calle.
Ahora
nos tragamos todo. Hasta las sonrisas condescendientes de la lady Marjorie de
turno y su esposo mantecoso, a riesgo de que nos dé un subidón de azúcar que no
lo contemos. Nos cuentan que, a partir de ahora, hay que lustrarles los zapatos
dos veces en lugar de una, que sólo comeremos una vez al día, que procuremos no
enfermar, que ni se nos ocurra pedir becas para nuestros hijos, que…
Y
nos callamos porque ellos viven arriba y nosotros, abajo.
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