Tomo prestado el título
de la obra teatral de John Osborne, luego película, con Richard Burton, aunque
cambiando la dirección. No miro hacia atrás con ira (eso lo hago con nostalgia),
sino a la derecha. Y luego lo explico, que no es lo que parece. O sí.
No es nada infrecuente
en estos convulsos tiempos que vivimos desayunarnos cada mañana con el anuncio
de una injusticia, de un caso sangrante por la causa que sea, de un nuevo
recorte que asfixia más a los que menos pueden… Es el pan nuestro de cada día.
Lo hablamos con la familia, lo comentamos con los amigos, lo compartimos en
redes sociales para remover conciencias (incluso la nuestra)… Y a otra cosa.
Suelen ser episodios
que les pasan a otros. Nos indignan, tocan nuestro sentido de la solidaridad y
de la compasión, nos hacen maldecir el sistema y a los que lo mantienen, y
acabar con la manida frase de es lo que hay. Lo que toca.
Hasta que nos toca a
nosotros. Y hoy me ha tocado a mí. Voy a hablar de mi libro, que diría Umbral.
Os pongo en situación a los que no hayáis tenido el “placer” de verme en el
último mes. A mí los Reyes no me trajeron carbón como a todo el mundo. El 6 de
enero decidieron obsequiarme con una parálisis facial que ha desplazado mi cara
hacia la derecha, con los daños colaterales que eso implica.
Lo del título es
rigurosamente cierto. Miro hacia la derecha porque el ojo izquierdo se ha
quedado en stand by, ni abierto ni cerrado. Sin lágrimas ni parpadeo y con un
más que molesto picor y escozor. Amén de tener que taparlo por la noche si
quiero dormir. Eso sí, el líquido que no sale del ojo se ve compensado por el
de la comisura del labio del mismo lado, dormida y, por tanto, fuente
inagotable de manchas en jerseys y camisetas cada vez que como o bebo algo sin
cuidado.
Nada serio ni que
incapacite realmente, pero muy desesperante. Y no digo nada del “momento espejo”
de por las mañanas. De pintarme el ojo, ni hablar. Pero bueno, a lo que iba. He seguido el tratamiento
recomendado, corticoides y vitamina B, hasta que, pasado un mes, el médico ha
estimado oportuno enviarme a rehabilitación.
Y aquí empieza la ira.
Que conste que he esperado cinco horas antes de ponerme a escribir para evitar
palabras malsonantes, que una tiene su reputación. La cita como “preferente” es
para el 29 de mayo. Sí, habéis leído bien, pero por si acaso, la traduzco. Ese
lejano día es la consulta con el médico de rehabilitación. Lo de empezar las
sesiones será después, no quiero pensar cuándo.
Seguiré sin mirarme al
espejo, y mirando con ira hacia la derecha, y escuchando eso de que han
mejorado las listas de espera. Probablemente haya muchísima gente que necesite el
servicio más que yo. Pero también hay cientos de fisioterapeutas sin trabajo,
muchos de ellos despedidos por la misma Administración que ahora te da cita
preferente para dentro de cuatro meses.
Total, no se detienen a
mirar a los ciudadanos y no pueden advertir las caras torcidas y los ojos
irritados.
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